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Hubo un tiempo en que sectores influyentes grancanarios proclamaron a viva voz el descontento que anidaba en casi todos ellos por la contestación que sufrían muchos proyectos que iban desde la creación de nueva planta hotelera a infraestructuras varias. Alertaron sobre el noísmo instalado en algunos colectivos políticos y sociales que, decían, estaba cercenando el desarrollo de Gran Canaria, hasta el punto que la llegaron a bautizar como la isla del no.
Culparon a los noístas de entorpecer el engrandecimiento de la Gran Canaria y enseñaban el espejo de la isla de enfrente, donde nadie, decían, se atrevía toser a lo que mandatase el sanedrín de la Nivaria. Resultado: Tenerife era pujante mientras la redonda perdía relevancia. Y ya se sabe que cuando se alimentan las pasiones no importa que los hechos se ajusten necesariamente a la realidad. Aún así, pese al noísmo, ni todo es tan fiero aquí como lo pintan ni tan idílico allá como nos cuentan. Las carencias en esta tierra nuestra van a pares y, más aun, en las periferias.
Sin embargo, resulta tremendamente revelador comprobar como han virado los vientos y muchos de los que clamaban contra los del «no por sistema» hoy se yerguen enrabietados frente a propuestas de aquellos hasta hace bien poco tratados como dinamiteros del desarrollismo. Por lo visto el noísmo se contagia y en esas estamos, con el no por bandera y, de paso, promoviendo el enfangamiento.
Nos quejamos de los atascos, pero también de la metroguagua y, cómo no, de los carriles bicis. No queremos atascos, no queremos metroguagua, no queremos carriles bici. No, no, no. ¿En qué quedamos? Todos coincidimos en que los problemas de movilidad que arrastra la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en particular y la isla de Gran Canaria en general merecen actuaciones decididas, por ello resulta un contrasentido denostar, por definición, cualquier iniciativa que busque aliviar las dificultades que arrastramos. Pero, más llamativo, cuando no escandaloso, resulta aun comprobar que los partidos ahora en la oposición en el Ayuntamiento hayan convertido en objeto central de la campaña electoral la polémica en torno a los carriles para bicicletas.
Sonroja, sinceramente. Con los desequilibrios sociales, económicos y estructurales que arrastra la principal capital del Archipiélago canario, y con los tambores de la desaceleración volviendo a tronar, tamaña frivolidad, que, además, solo concierne a la ciudad baja, no se enmascara ni oteando la urbe desde un parapente.
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