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Pues ya hay una excusa para darse un salto a Madrid: en el Círculo de Bellas Artes abre sus puertas hasta febrero una gran exposición sobre Hergé, el belga que dio vida en el papel a Tintín. El reportero de ese país a medio camino entre la fractura permanente y una historia de invasiones varias ha contado, y seguramente contará, con legiones de seguidores, entre los que me incluyo. Y junto a Tintín, Hergé constituyó una familia de personajes que iban entrando en sus historias para enriquecerla, como una especie de colegas argumentales que tenían bastantes puntos en común con el dibujante y sus peripecias personales. De todos ellos, admito las simpatías por Tornasol: los inteligentes despistados tienen su punto.

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Tintín era periodista. Más exactamente reportero, si bien cuesta encontrar una viñeta donde lo veamos tomándose en serio su profesión. Con esa excusa argumental, Hergé lo mandó a viajar prácticamente por los cinco continentes, de manera que Tintín era medio aventurero, un cuarto de detective y otro de arqueólogo. Casi todo le salía bien y casi todas las historias terminaban con un final feliz, porque en los tiempos de Hergé el cómic era básicamente un formato para la evasión.

Con el paso del tiempo no han faltado los detractores del dibujante y de su personaje. Quizás es lo que tiene olvidarse de los contextos. Porque por supuesto que hay tintes colonialistas en algunas historias, pero es que estamos hablando de un belga, esto es, de un ciudadano de un país que tuvo su imperio colonial y que no fue precisamente un dechado de virtudes con los habitantes de esos territorios ocupados. Y por supuesto que hay bastante de brocha gorda en cómo se representan algunas otras culturas, países e ideologías: desde los indios americanos hasta el comunismo en la primera entrega de Tintín, cuando lo mandaron al «país de los sóviets» -era en blanco y negro y sin Haddock a su lado-. Pero también Murillo idealizó una religión católica que en realidad perseguía a quienes no comulgaban y no por eso animamos a quemar sus cuadros.

Pese a todo, el tiempo ha terminado por hacer justicia a Tintín. La asistencia masiva que se espera a la exposición en Madrid es un buen indicador de ello. Y quizás también hay que agradecérselo a quienes han administrado su legado, evitando una mercantilización excesiva, abriendo las puertas a conocer todos los detalles de Hergé -incluso los menos correctos políticamente- pero, sobre todo, recordándonos que el personaje nació para entretener. Ni más ni menos.

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