Al menos espero que esta historia con desgarrador final sirva como punto de encuentro para entender por lo que esta pobre gente pasa y rebajar el odio. La pequeña de Malí y su injusto adiós nos tiene que reconciliar.
Nadie que haya seguido la historia de la pequeña de Malí (resulta que su nombre no era Nabody) ha podido quedar indiferente a su cruel suerte. Da igual que lo único que sepamos de ella es que, con solo dos añitos, no pudo soportar su viaje a la isla. Compartía patera con su familia y otros tantos niños y embarazadas, mujeres y hombres que decidieron jugárselo todo a una carta por escapar del hambre y la miseria. Pero ella no lo logró, a pesar de la conmovedora intervención de Paula y Miguel, los dos voluntarios de Cruz Roja que atendieron al drama, invisible para la mayoría, que se vive a diario delante de nuestras narices.
Solo ellos saben lo que es tener descartar la ayuda a las causas perdidas por socorrer a otros que aún tienen posibilidades. Solo ellos tienen que enfrentarse cara a cara a los lloros de una madre que no quiere dejar de abrazar a su hijo muerto. Si los enfermeros y médicos eran nuestros héroes durante el pico de la pandemia, cuando los hospitales estaban colapsados y los sanitarios se jugaban el pellejo sin equipos ni materiales, los miembros de Cruz Roja merecen ahora, como mínimo, la misma consideración.
Son ellos quienes de verdad soportan el peso de esta otra crisis sin precedentes que afecta a Canarias. Mientras los políticos nos dejan de lado y los racistas piden que los recién llegados sean devueltos al mar, ellos tienen que convivir con la impotencia de obrar milagros, como con la pequeña de Malí, para nada. Al menos espero que esta historia con desgarrador final sirva como punto de encuentro para entender por lo que esta pobre gente pasa y rebajar el odio. La pequeña de Malí y su injusto adiós nos tiene que reconciliar.
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