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Seis años atrás, más o menos por estas fechas, el señor Rufián -portavoz de Ezquerra Republicana de Catalunya (ERC) en el Congreso de los Diputados- ... fue expulsado del hemiciclo cumplidas las tres llamadas al orden por parte de la señora presidenta de la Cámara. Y como las opiniones sobre el porqué de tal expulsión no fueron coincidentes entre sus señorías, informadores y tertulianos, destaco dos posibles opciones: una, hipotética, por llamar fascista al señor Borrell, ministro psocialista de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. La otra, supuesta, por sus palabras dirigidas a un partido político allí presente: «Cada vez que el grupo de Ciudadanos nos llame golpistas, les llamaremos fascistas» ('Diario16').
Ya en septiembre de este año su intervención causó «fuertes abucheos y aplausos en el Congreso y poco han tardado en difundirse en internet», tal leo en 'mundodeportivo.com'. ¿Qué dijo su señoría para quebrar el reposo de colegas, acaso afectar a la cortesía parlamentaria y alterar el mundo idílico y muy bien remunerado de quienes lo dan todo por España… a pesar de que a veces no tienen ni idea de lo que se les propone para ser votado y apoyan afirmativamente la reducción de penas a etarras condenados?
Pues, en tres líneas, «Hay un fantasma que recorre este hemiciclo, y es el fantasma de la derecha y la ultraderecha, un bloque nuevo que se está conformando entre PP, Vox y Junts». A fin de cuentas, incluyo, legítima y normal alianza espiritual en lo universal: ninguno de los tres pertenece al satánico bloque socialcomunistabolivariano. (Hoy, por cierto, no solo cargado de contradicciones, aparentes desorientaciones y sin tener definido el abismo entre lo oficial y lo privado. Además sigue, impertérrito, con su sempiterno tinete, perpetua maldición: «¡Dividámonos, fraccionémonos, fragmentémonos aún más!». De tal guisa lanzan al vacío y descalabro el sereno mensaje del señor Maíllo, coordinador general de Izquierda Unida sobre la unificación. ¡Ay, esta «intelectualidad» de izquierdas! Ya lo dice el sabio canarismo: «¡Guárdame una cría!».)
Resulta curiosa, estimado lector, la puñetera coincidencia lingüística entre el apellido de su señoría catalana -Rufián- y la misma voz escrita con minúscula inicial, definida en primera acepción (Diccionario) como 'Persona sin honor, perversa, despreciable'. Pero más llamativo, si cabe, es el amplísimo campo de sinónimos o afines (sinvergüenza, truhan, canalla, bellaco, granuja, pícaro, pillo, bribón, baladrón, bastardo...).
Y en segunda ('Hombre dedicado al tráfico de la prostitución'), con delicados significados pero aún más demoledores: proxeneta, chulo, gancho, lenón, macarra... Además, la última palabra del campo anterior, a su vez, es semejante en el significado a camorrista, pendenciero, peleón, matón... («¿No fumas, inglés?», diría algún personaje del escritor tirajanero Pancho Guerra, muy socarrón él.)
En Canarias somos menos agresivos, mínimamente belicosos. A fin de cuentas gentes pelayoscas y cidcampeadoras aparecieron en territorio peninsular para luchar contra el infiel conquistador llegado desde las costas norteñas africanas allá por el siglo VIII. Aquí, sin embargo, las islas también fueron ocupadas por bereberes procedentes del Magreb (I / III d. d. C)… pero estaban despobladas. Siglos después de la ocupación sus descendientes fueron esclavizados una vez terminada la conquista por la corona de Castilla (siglo XV). E inmediatamente se asentaron, entre otros, andaluces (ochocientos años dominados por los árabes) y portugueses: ambos impusieron no solo características fonéticas sino, incluso, variedades léxicas distintas a las del castellano.
No sé si influidas por tales aparentes evidencias, pero lo cierto es que nuestras expresiones resultan mucho más relajadas, serenas, tranquilonas, pachorrientas o pachorrentas, calmosas. Construcciones como «No me aturulles; Déjate dil; Nos echamos un pisco y más endispué nos vamos»… reflejan esa relación en maneras de ser que nos identifica, también, con cubanos, venezolanos…
De ahí, entonces, que dejemos de lado roncos ruidos de palabras agresivas y busquemos serenidades y calmas. Por tanto, ¿qué mejor término para tales rechazos a la aspereza verbal («bastardo, canalla, macarra»»..) que el tímido monosílabo «ruin» en todas sus variantes, incluidas las combinaciones con los diminutivos -ito (ruinito) e -illo (ruinillo), tan definidores de nuestra habla, sistema lingüístico con rasgos propios? Por ende, estimado lector, cualquiera de los dos valdría. Aquí, ya desde el titular del artículo, uso la segunda (ruinillo) para definir al señor Rufián: su rostro refleja a veces cierta traviesa picardía cuando logra alterar el estado anímico de algunos.
Así, en nuestro territorio insular el angelical monosílabo se aplica (Diccionario básico de canarismos -DBC- de la Academia Canaria de la Lengua) al pollillo mataperro (como en Cuba, Perú), revoltoso y desinquieto... pero a veces jodelón y aspirante a que alguien lo estralle contra el suelo. Voz, por cierto, también relacionada en Canarias con el tiempo («El día ruin nos jeringó el cochafisco»), los animales («¡Qué ruinita salió la leche de esta cabra, la madre que la parió; parece leche de chuchanga!») e, incluso, el envite («¡Carajo, qué cartas más ruines me están viniendo, ni un bichillo!»)…
Pues bien, estimado lector. Nuestro protagonista sigue emputando y encochinando en el Congreso de los Diputados a sectores de sus señorías, a declarantes ante comisiones de investigación e, incluso, a algunos ordenanzas que no entienden su sentido del humor negro, quizás proveniente de la malafollá granaína: a fin de cuentas padres y abuelos del señor Rufián proceden de Turón, pueblo situado en La Alpujarra, Granada. (Recordemos: el americanismo «emputarse» -localizado en Canarias, aunque no en el DBC- es considerado pronominal malsonante por el Diccionario de la RAE. La académica institución lo sitúa en El Salvador, Honduras y México. Y «encochinarse» no figura en el mismo, pero sí en el DBC.)
¿La última? Frente al ex director adjunto operativo de la Policía, señor Pino Sánchez, el pasado día 15. Había sido «el comisario que eligió el PP para dirigir la Policía y artífice de la denominada brigada política», quien fue convocado por la comisión de investigación sobre la 'Operación Catalunya' ('eldiario.es'). Tras recordar con la insistencia debida y lograr la confirmación del señor excomisario de que este había afirmado que haría «todo lo necesario» por España, le tendió una trampa dialéctica cargada de «leche ruin»: entonces, «¿Patriotismo es perseguir a gente inocente y en cambio proteger a corruptos como el rey emérito?». (Rememoremos: la «policía política» había confeccionado un falso historial sobre actividades económicas de Podemos.)
Si aquella mañana las miradas del excomisario hubieran podido matar, hay algo seguro: ojos, oídos, orejas, boca y estructuras óseas del ezquerrista catalán aún estarían ardiendo en los infiernos de Dante, eternos tostaderos. Pero la cara de regocijo, alborozo y disfrute por su malévola mataperrería lo confirmó: es como un niño ruin o, si se quiere, ruinillo. (Y para ser catalán independentista, domina la lengua española... incluso con silogismos: ¡qué ruin leche la suya!)
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