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La rigurosa investigación en torno a nuestra variante dialectal está en manos de especialistas muy cualificados. Además, se trata de un cuerpo lingüístico muy estudiado ... dentro y fuera de la geografía insular. No puedo extenderme en la pormenorización de otras brillantes publicaciones, pero sí es preciso destacar -y a la vez agradecer- las científicas contribuciones de las escuelas lagunera (potenciada inicialmente por don Ramón Trujillo Carreño) y palmense (dirigida desde sus inicios por el doctor Samper Padilla). A la par, insisto, otros muy interesantes estudios coadyuvan al conocimiento en profundidad de esta 'habla de tránsito', así llamada en Dialectología española (1970) por el doctor y académico (RAE) Zamora Vicente.
Pero antes de entrar detalladamente en el mundo de diccionarios especializados permítame, estimado lector, una necesaria aclaración previa: los correspondientes a la foto no son los primeros publicados en Canarias, ya bajo el patrocinio de instituciones oficiales ya por cuenta y riesgo de alguna sociedad privada, pues un lejano antecedente lo encontramos -por ejemplo- en Glosario de canarismos, de Juan Maffiotte La Roche, 1887.
En este siglo el Diccionario Ejemplificado… y el Histórico del español… (doctores Cristóbal Corrales -Dolores Corbella, académica de la RAE) corrieron a cargo del Instituto de Estudios Canarios, algunos cabildos y el Ayuntamiento lagunero; el Básico de canarismos, de la Academia Canaria de la Lengua (ACL), contó con la colaboración del Gobierno de Canarias; y el Histórico-Etimológico… (doctor Morera Pérez, cofundador de la ACL) fue editado por el Cabildo de Fuerteventura.
Y sirva Teberite… como ejemplo del segundo caso: se trata de Edirca, editora regional canaria, empresa privada que apostó por tal extraordinaria obra de investigación filológica, patronímica, histórica y bibliográfica amén de por otras colecciones siempre relacionadas con Canarias.
La palabra española 'diccionario', lector, tiene su origen en la voz latina dictionarium. Y a la vez está emparentada con dictionnaire (francés), dicţionar (rumano), dicionario (gallego), dizionario (italiano), dicionário (portugués), diccionari (catalán)... Es decir, comparten raíz inicial pues, a fin de cuentas, forman parte del léxico de lenguas derivadas del latín.
Pero hay más. Todas ellas también se relacionan con los términos latinos dictio-onis ('dicción, acto de decir, empleo de la palabra'), dictito ('andar diciendo, repetir a menudo') y dictor-oris ('el que dice o habla'). E incluso algunas con el infinitivo latino dicere ('decir') salvadas, claro, las evoluciones sufridas para formar parte de la riqueza léxica de otros idiomas. Lo cual nos permite llegar a una conclusión: se trata de lenguas románicas o romances.
Valga un ejemplo. En mis clases de español para extranjeros, allá por los años noventa, tuve un alumno rumano cuyo desconocimiento de nuestra lengua era casi absoluto. Sin embargo, la hermandad entre la suya y el español (ambas, románicas) le permitió adquirir grandes avances en su manejo: a los seis meses ya era hispanohablante con cierto cloquío extranjero, eso sí, pero hispanohablante. (Llegó a entender algo del lenguaje metafórico como 'cabellos de oro, dientes de perlas, labios de rubí'.)
¿Qué es, pues, un diccionario? A la manera tradicional, se trata de un 'Repertorio en forma de libro o en soporte electrónico en el que se recogen, según un orden determinado, las palabras o expresiones de una o más lenguas, o de una materia concreta, acompañadas de su definición, equivalencia o explicación'.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa y según los títulos que encabezan este artículo, uno de ellos -Teberite… (1981)- debe ser manejado con exquisita prudencia a pesar de su extraordinario rigor científico y de estudio que lo caracterizan. ¿Razones? Por ejemplo, topónimos (nombres de lugares), antropónimos (de personas) o léxico referido a cosas, utensilios, usos y costumbres… nos llegan a través del oído de los conquistadores, hablantes del castellano medieval cuyo código lingüístico nada tiene que ver con la lengua aborigen canaria (¿o acaso lenguas?). Y su estructura sintáctica, el sistema fonológico, los ejemplos morfológicos… son, en opinión del autor y cofundador de la ACL (el sabio profesor Navarro Artiles), «larguísimo camino que recorrer».
Básico, efectivamente, es el editado por la ACL (2010). Pero no en su segunda acepción de 'excesivamente sencillo o falto de complicación', en absoluto. Es básico porque 'tiene carácter de base o constituye un elemento fundamental de algo', planteado con una orientación eminentemente didáctica (agricultura, ganadería, pesca, vida familiar y social, deportes autóctonos, juegos infantiles, folclore, especies vegetales, gentilicios canarios, refranes, dichos…). Y ese 'algo' está formado por cientos de palabras referidas a actividades tradicionales relacionadas con las expuestas anteriormente ('jumasera, cachimbero, mamancia, sereta, cómbaca, machangada, uñir, tajinaste, enturrio, morospalda, rabisca'…).
El Ejemplificado de canarismos (2007) es eso: inclusión de términos canarios usados en frases escritas (estructuras literarias o no, pero documentos de lengua no oral). Los dos tomos de casi mil palabras cada uno son extraordinarias fuentes de información. Así, por ejemplo, «...rechinando cual estrepitosa desgranadera pasa viniendo de Tafira o de El Monte» (Pérez Galdós); «...hacerle frente al vulgar enralamiento de la oposición» (Juanjo Jiménez); «...pequeños lenguados que en Sardina se llaman tapaculos» (Nicolás Guerra).
El Histórico del español… (2013) «descubre la antigüedad, variedad y particularidad de buena parte del léxico diferencial del archipiélago». Así, por ejemplo, la voz 'arrorró' es minuciosamente analizada. Ya aparece en textos de 1750, 1887 y muchos del siglo XX desde la Loa de adoración hasta 1989 en El Barranco, novela de la cubana-tinerfeña Nivaria Tejera: «...toca una tonada de arrorró en la guitarra». Se trata de una palabra quizás llevada a América por canarios (Argentina, Cuba, Uruguay…). Aparece a veces como arroró, cuya procedencia directa se localiza en Gran Canaria...
«No es un diccionario más, sino una auténtica obra de madurez»: así define el doctor Trujillo Carreño (arriba citado) el Histórico-etimológico... (2006), cuyo corpus sobrepasa las mil páginas. «Es el repertorio más extenso que existe no sólo sobre nuestras modalidades léxicas, sino también, y muy particularmente, sobre su origen y evolución». Variantes e interpretaciones etimológicas, ampliaciones y restricciones de sentido, etimologías aparentemente contradictorias… son estudiadas como lo hace un verdadero científico, «el mejor de los maestros».
Por último, los imprescindibles cincuenta y tres títulos (desde 1990) de la Biblioteca Básica Canaria (acertadísima colección literaria iniciada con el Romancero tradicional canario y Cairasco de Figueroa y finalización en el siglo XX) corresponden a la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, cuyo titular fue el doctor García Ramos, miembro de la ACL.
Sí, en efecto: se trata de imprescindibles fuentes de información. No están todas, insisto: por suerte, es materialmente imposible. Pero sí se encuentran en esta panorámica general los abrevaderos en cuyas mansas aguas bebí la sabiduría de miles y miles de páginas… Fueron estas las más cotidianas, más a mi alcance, las más trabajadas y documentadas desde 1981 en lo lingüístico (la variante dialectal canaria) y en lo literario (a partir de 1990). Material sólido, científicamente analizado, desapasionadamente descrito por sus autores (diccionarios). Sumo novelas, poemas, ensayos... estudiados y prologados con seriedad por críticos y analistas de altísimo prestigio (BBC).
Sin tales fuentes (y otras complementarias) hubiera pasado por las aulas con bastante vacío en manos y palabras. Pero por suerte pude satisfacer curiosidades y entrar con ciencia y amplia bibliografía en nuestra habla y producción literaria. Soy, sí, un exprofesor afortunado.
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