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Así, como quien no quiere la cosa, estimado lector, podría usted plantearme qué relación hay o puede haber entre el conductor de una guagua municipal ... de Las Palmas de Gran Canaria y el lunático presidente de Estados Unidos de América (no «presidente de América» a secas), aquel de «Ahora me están llamando y me están besando el culo» los países afectados por los aranceles. (Delicado y sensible el pollo.)
Y es que el primero, chófer del vehículo 5721 LLK (línea 81, Santa Catalina – Lomo de la Cruz) mostró el pasado miércoles (11h - 21') exquisita sensibilidad hacia las personas mayores: pese a su juventud derrochó educación, empatía y nobles sentimientos. El segundo, sin embargo, muestra arrogancia, disparatada soberbia, autoconvencimiento de cesarismo y muy arriesgada megalomanía. Tan peligroso y agresivo es que no solo la vida de un individuo concreto - un ser consciente significa absolutamente nada para él y sus conspiraciones imperiales: le dan igual las de cientos de miles de palestinos, hondureños, mejicanos, libaneses… si algo opuesto a sus vaivenes mentales como dios universal pudieran significar. Es decir, humanidad, afabilidad y consideración frente a inhumanidad, barbarie...
Y como días atrás le escuché a un sabio observador -todo él peninsular y miembro de la Asociación Suprauniversal de Lingüistas- un nobelísimo comentario sobre la voz guagüero, va usted a disculparme la ruptura del hilo conductor para una necesaria observación. Y es que el término guagüero ni es incorrecto, ni puede ser considerado como vulgarismo ni, desde el punto de vista social, se usa en Canarias con valor despectivo. Muy al contrario: aunque no esté registrado en el Diccionario de la RAE, sí aparece en los correspondientes a nuestra variedad dialectal editados tanto por la Academia Canaria de la Lengua (Diccionario básico de canarismos) como, por ejemplo, el Cabildo de Fuerteventura (Diccionario histórico-etimológico del habla canaria) o el de Gran Canaria (Tesoro léxico canario-americano).
El primero viene definido en su 'Presentación', iniciales páginas: «Libro de honor donde se recogen y citan las palabras por sus méritos […] léxico característico del Archipiélago». El segundo (Una auténtica obra de madurez) viene prologado por don Ramón Trujillo, cofundador y primer presidente de la institución canaria, es obra (2006) del doctor Morera Pérez. Y el tercero, del año 2010: «Magnífica culminación del trabajo que los doctores Corrales y Corbella emprendieron juntos […] Un ingente caudal de información lexicográfica», según el profesor Juan Antonio Frago, Universidad de Zaragoza.
Pues bien. Este canarismo derivado de guagua y el sufijo -ero (doctor Morera) se emplea también con el mismo sentido en Cuba y República Dominicana. Así, en el primer país, «Pusieron la verde y el cabrón guagüero pegó un barquinazo y me adelantó». Es cita de los profesores Corrales – Corbella, de 'La piel y la máscara', novela del escritor cubano Jesús Díaz llevada al cine. (Por cierto: a pesar de su casi plena identidad gráfica, no debe confundirse con el cubanismo guargüero, término coloquial para referirse a la garganta de una persona. En alguna zona de Los Altos galdenses se usa 'garguero'.)
Hecha la salvedad, retomo al inicio. El conductor de la guagua, con todos los asientos ocupados, tiró de freno, se levantó de su asiento y dirigió cuerpo y mirada hacia los viajeros: pidió «por favor» -pero con seguridad, fuerza de voz y plena convicción- «que quienes ocupaban irregularmente asientos reservados para mayores, inválidos, embarazadas y niños los cedieran a varias personas, pues estas reunían cualquiera de los requisitos exigidos» (una señora con bastón, muy insegura; un joven con muleta…). Más: rogó encarecidamente a jóvenes y otros de mediana edad que los cedieran para algunos necesitados aún de pie.
La respuesta no fue inmediata, colectiva, ágil. Muy al contrario, varios se hicieron los longuis; otros miraban para un lado y otro. Pero al fin -no con la velocidad del rayo hernandiano, debo añadir- algunos se levantaron. (Mi mirada se centró en un pollo de dieciséis / diecisiete años, aparentemente pletórico por no reaccionar positivamente ante el ruego. Y allí siguió, sentado y retador con una sonrisita: más que coñona, jeringona.)
Bien es cierto que los asientos reservados son muy pocos, y a tal hora la guagua iba bien despachada, quizás a consecuencia del bono gratis o acaso por el chispichispi de minutos antes, casi birujilla si somos rigurosos. Pero la situación arriba planteada se desarrolló tal como la explico. Lo cual, claro, lleva a un inmediato planteamiento: ¿estamos perdiendo elementales principios de convivencia, respeto y reconocimiento a las limitaciones físicas de algunas personas a las cuales se obliga a permanecer de pie a pesar de ese básico derecho a causa de sus manifiestas circunstancias físicas? Parece que sí. Quienes viajen con frecuencia en guaguas de largos recorridos son diarios testigos de eso llamado deshumanización, es decir, la privación de trato humano a quienes tienen problemas de movilidad.
Pero también es cierto que muchísimas veces las personas directamente afectadas por la indiferencia, pasividad o pasotismo de otros no ejercen a viva voz su derecho al asiento reservado. Más: incluso he sido testigo de no reclamar uno ocupado por el bolso del deportista, la mochila de un estudiante, la bolsa supermercadoril o el bulto personal de la señora centrada en la conversación telefónica mientras expone a su interlocutor las ventajas del ibuprofeno o paracetamol sobre las antiguas aspirinas, «que yo lo uso siempre cuando se me hinchan los pieses a causa de la grasa del jamón serrano del bueno, eso sí».
Mas, ¿por qué no lo reclaman? ¿Temerán la inmediata violencia verbal de algún desaprensivo tipejo de cuyo comportamiento he sido testigo y que más de una discusión y amenaza me han significado por mi intromisión? En tales situaciones echa uno de menos la elementalísima educación no mamada en casita (el aula solo complementa, es incapaz de hacer milagros). O, acaso, la inatención o despiste del psicólogo de turno en el centro de estudios, quien perdió la oportunidad de revolver en la psique del manifiesto cacho de carne. Su estudio, conocimiento, examen y tratamiento de seguro que le hubieran servido para obtener el cum laude en su tesis doctoral tras la definitiva y científica conclusión: el pollo no tiene desajustes psicosomáticos como influencia de la mente en sus comportamientos, ni de coña. Otro diagnóstico hubiera sido más elemental: al rebenque del niño le faltaron unos buenos lambriazos paterno-maternales (matafóricos o simbólicos, claro) ante situaciones y comportamientos agresivos en su entorno diario. (O acaso restregones en el jocico con pimienta de la puta de la madre… o quizás de la «rep...».
Y de paso me replanteo la aceptada opinión de que el español isleño es suave, plácido y agradable al oído… tras escuchar el barranquillo de vulgaridades que salieron por su bronca boquita, más limpiaditas las perras gastadas por el Estado en su educación. Y lo hago por más que García Márquez se refiriera a «la dicción dulce de los canarios» en 'Del amor y otros demonios'. (O quizás acertó con el título: los belcebús, satanes y diablos también van sentados en los colectivos, nombre dado en Bolivia, Perú, Argentina...)
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