Mientras Gáldar ya ardía el último símbolo carnavalero y la Nivaria de mis ancestros valleguerristas iniciaba el acoso al coso de casi cuatrocientas mil vidas ... pletóricas de juventud y pasiones, Ella limpiaba su guadaña.

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Poco después, como dos figuras paralelas, la Montaña de mi pueblo y el Teide -sabedores de la tragedia- se encerraron en sí mismos y mantuvieron enhiestas sus cumbres, ennegrecidas por el atardecer y mortuorio crepúsculo: este no invitaba, precisamente, a voladores o a ponerse el mejor disfraz y entrar en el carnaval… No, no era el momento: ambos mástiles emulaban al ciprés del monasterio silense, el de Burgos, cantado y definido por el noventayochista Gerardo Diego como «surtidor de sombra y sueño», es decir, alegoría de la muerte y del descanso eterno.

Sí, fue el día – noche - alba en el cual malas sombras rompieron la ilusión de una vida y llenaron de negrores a la familia canaria golpeada en su más pura esencia: el 'homicidio doloso eventual' (así definido por la señora magistrada) a causa de un altercado segó y sesgó la vida del joven isleño Isaac Trujillo allá en la Nivaria.

Y casi sin ponerse de acuerdo, sin tan siquiera mirarse a los ojos o insinuar un protocolario comportamiento, Gran Canaria y Tenerife removieron mares, mareas, orillas y olfativas maresías para inundar con sus lágrimas las costas insulares a la manera de Miguel Hernández (siglo XX): 'Tanto dolor se agrupa en mi costado / que por doler me duele hasta el aliento'. Así, pluralizando el pronombre 'me' y la forma verbal 'quería', ambas islas recitaron con él cuando el poeta orihuelense también elevó voces y palabras para comunicarnos que '…se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con (a) quien tanto quería'.

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Sí, así fue: con la fuerza destructiva, la luminosidad caracterizadora entre nocturnidades y la descarga de trillones y trillones de electricidades, Isaac pasó -como el rayo hernandiano- de la vida a la muerte, de la juventud a la nada, del amar y ser amado a la más nefasta impotencia de quienes en vida hoy solo podrán recrearse con recuerdos, evocaciones… O incluso con alguna melodía quizás oída y escuchada en la boca del joven tan juvenil y jovial, tan pollillo a sus veintinueve años, ¡tanta vida que lo esperaba…! Y la mar, la misma que nada entre el norte grancanario y el este nivariense, se tiñó de luto y ofreció la estampa fotografiada.

Desde el Paseo de Las Canteras me atrajo -seductora llamada la suya, irresistible magnetismo- la imagen visual y sonora de la marea, pletórica de inmensísimas e infinitas masas salobres y salinas, multitudes de aquel elemento poético cantado por paisanos nuestros. Así, ese piélago sediento de abrazos y amoríos siempre se negó a darle al gomero Pedro García Cabrera las simbólicas naranjas que buscaba, 'cosa que la mar no tiene'. Pero a pesar de todo 'la esperanza me mantiene', escribió, aunque las aguas a veces esconden zarpazos, agonías y sufrimientos de quienes en ellas confiaron, a ellas se entregaron y por ellas descubrieron el último camino hacia la absoluta ausencia del todo…

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Porque hay varias maneras de aproximarnos a su traicionera fragilidad o desbocado frenesí según qué momentos. Para Manrique (siglo XV) es el final de la vida: 'Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / qu´es el morir...'. Puede significar, también, el retorno al seno materno como cuando la mujer del poeta gomero intenta 'ganar la seca orilla'. Ya cansada de batallar, forcejear y luchar contra el destino, acaso 'vuelve a buscar, al cabo de los siglos, / la sumergida oscuridad materna, / ese cerrado vientre que nos tiende sus olas / hacia el día que sueña nuestra noche'. Pero hoy no comunicaba vida, muy al contrario: los enfurecidos elementos impactaban sentidos y sentimientos de quien esto escribe.

Día y noche, pues, fúnebres y macabros para Isaac. La Montaña de Gáldar y el Teide convertidos en media naranja cada uno. No pudieron ser circunferencias absolutas: a fin de cuentas la mar no tiene ni naranjeros ni arboladas frutas que de ella dependan. Pero sí -consuelo para García Cabrera- Montaña y Echeyde pueden tomar forma de una mitad cuando desde las alturas elevan sus llantos a cúspides más altas aún para lamentar su impotencia: fueron testigos mudos de un acto tan violento, tan brutal... que significó la muerte casi inmediata de Isaac.

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Y como son dos accidentes geográficos con quienes me identifico (a fin de cuentas me nacieron a la orilla del primero oteado por el segundo), percibí de inmediato el porqué de sus comportamientos. Tal si se hubieran convertido en piche o alquitrán, las aguas norteñas llevaron hasta Las Canteras cantos lastimeros engarzados en el intenso oleaje que la misma mareallena arrastraba hacia la orilla. Sonidos, ayes de dolor y ecos mortuorios retumbaban en el mutismo de la noche, muy ajena esta a la 'noche que noche nochera' lorquiana cuando los gitanos 'forjaban flores y flechas'. Traduje de inmediato su mensaje estruendosamente atronador: la Muerte, Ella, había oteado, velado y actuado sobre un joven anónimamente ubicado en el lugar de la reyerta.

Ante tanta oscuridad, vivo y luminoso reflejo de mortal tragedia y cuyos estertores las ennegrecidas aguas impulsaban con aceleradas corrientes y casi arboladas crestas, guardé prudente silencio. No era momento para pregonar las bellezas naturales que se mostraban en el paisaje a pie de avenida o mar adentro, en sus profundas interioridades, contraste entre la negrura y la radiante luminaria del fondo de la imagen, allá donde los dos monumentos emergen mientras el casi anochecido atardecer irradia luz solo para ellos.

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Como si de un desesperado intento se tratara, el marco pictórico se niega a aceptar la realidad traducida en muerte. Y con delicada presencia y esperanza en lo imposible, pretende frenar el declive definitivo del día. Vana ilusión la suya, impotente ansia, muerto anhelo. Sí, definitivamente: la amplísima gama de grises y negros tomó posesión de la realidad. A fin de cuentas la tenue luminosidad del fondo donde se ubican la Montaña y el Teide será de inmediato pura brevedad, un ayer ya cumplido...

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