Muros inservibles

La semana tres exige disciplina de refuerzo. La Europa educada en la cultura del espectáculo anda distraída con el espejismo de la frontera, y sigue instalada en la fase incipiente de la confusión. Todavía creen algunos gobernantes particularmente irresponsables que el virus del siglo XXI discrimina a sus víctimas en función del pasaporte, sin percatarse del manto de dolor que va a marcar la conciencia de las generaciones venideras. No están acostumbrados a imprevistos; los hijos de la abundancia se limitan a gestionar provisiones, no comprenden fenómenos fuera de agenda. Fijaron en la segunda guerra mundial un paisaje de muros inservible. No se fabrican vallas capaces de frenar virus.

El arte de la guerra se basa en el engaño, dice Sun Tzu. Tiene Europa maneras muy distintas de medir el impacto del contagio, y por eso es confusa la comparación del luto masivo. Lo peor no son los números tuneados, sino los rostros que van cayendo, los muertos sin despedida, la alteración de los ritmos de la historia. En estas contingencias desesperadas la distracción conduce a la derrota, ningún recuento garantiza medallas. No han comprendido en los palacios que el futuro ya cambió, por eso dilatan decisiones. No ven la magnitud del combate: no se ganan batallas engañando a tus propias fuerzas.

La tercera semana de confinamiento en España abrirá nuevos desgarros, porque la economía sólo se impulsa en movimiento. Falta por saber el precio de la operación, y sobre todo quién la va a pagar, en qué proporciones se repartirán los sacrificios. El pueblo llano ya anticipó una parte, con ese desgarro combinado de golpe, silencio y sepultura. Por lo visto en Europa, no conviene esperar por ayudas externas. Caerán torres más altas.