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Hay tardes en las que uno sueña con circos porque la llegada del circo, cuando éramos niños, cambiaba el color de los días y el sentido de las horas. El pueblo, de repente, era una gran carpa de colores y una presencia de animales que solo podíamos ver en los documentales o en los zoológicos. Ya nada volvía a ser lo mismo, y cuando se marchaba el circo quedaba ese halo de melancolía tan parecido al que dejan algunos domingos por la tarde o el final de todos los veranos.
Contar una historia es un arte, un conjuro de ritmos y de palabras, una música que te va llevando como llevaban los riegos de la infancia a los barcos de papel que no zozobraban en el torrente alborotado de las aguas. Me atrevo a afirmar que Anelio Rodríguez Concepción es ahora mismo uno de los mejores contadores de historias de la literatura hispanoamericana, y si ustedes quieren comprobar por qué lo digo lean cuanto antes “Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y su admirable familia del circo Toti”. Lo acaba de publicar la editorial Pre-textos y uno agradece al autor, a la editorial y a todos los personajes que transitan por el libro su insistencia en alegrarnos la vida durante unas horas, como mismo nos la alegraron durante años muchos años algunos de los nombres que aparecen en la historia, porque como escribí hace un momento, lo que se cuenta es una historia de esas que te detienen y te emocionan a medida que vas pasando las páginas. Se escapa un león al que disparan en las calles de Santa Cruz de La Palma y su domador, que iba avisando de su mansedumbre y su docilidad, muere de pena. Eso es lo que le contaron a Anelio para casi obligarle a que escribiera ese suceso; pero lo que viene luego, cuando se sienta a escribir o cuando sigue la estela de las vidas de las familias circenses que fueron el origen del circo Toti y de otros circos grabados en la memoria de varias generaciones, ya se convierte en literatura, en azar, en lo que parece que es ficción y no nos atrevemos a preguntar si es real para que no se pierda la magia y sigan resonando los redobles bajo la tensión de la carpa o en los caminos en los que anunciaba el espectáculo Pepe Cañadulce. El Cañadulce se creía entonces, antes de vivir en los alrededores del Guiniguada, una celebridad, un artista, por llamar la atención de la gente como hombre del circo y como privilegiado viajero por esos lindes de lo imposible que acontecen en el trapecio o en una cuerda que tiembla igual que los recuerdos que revolotean en el alma. En el libro alguien avisa de que “hay que tener cuidado con la memoria personal de largo alcance” porque todo se acaba confundiendo con lo que uno soñó que sucediera. Lo que sí sabemos, como dice uno de los personajes, es “que de pena solo se mueren los mirlos enjaulados”. Mientras contemos con lecturas como esta de Mr. Sabas no hay jaula que atrape nuestros sueños.
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