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Necesitamos servidores, no salvadores
Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 2 de febrero 2025, 23:24
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Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 2 de febrero 2025, 23:24
Que las pensiones no se revaloricen, que no se puedan dar las ayudas a los afectados por la DANA y el volcán de La Palma o que no se financie la gratuidad del transporte público porque el gobierno y la oposición se estén echando un ... pulso, es una aberración y una vergüenza absoluta.
Los partidos políticos parecen priorizar más sus intereses partidistas y los titulares para impactar en redes, que atender las necesidades ciudadanas. Esta es la causa de la desconfianza en la democracia y el auge del voto ultra.
El problema no es la política en sí, sino los hábitos enquistados en todos los partidos. No se salva ninguno. Los que están gobernando, son capaces de hacer malabares con tal de mantenerse y los que están en la oposición son capaces de 'pactar con el diablo', y hasta perjudicar a la ciudadanía, con el fin de llegar al poder.
La política es una herramienta esencial para construir una sociedad mejor. Pero es necesario y urgente cambiar varias cuestiones. Una de ellas es que en el panorama político español, y en el canario más aún, nos encontramos con muchas 'figuras' que parecen aferrarse a sus puestos como si fueran una extensión natural de su existencia.
Detrás de esta obsesión por el poder se esconde un cóctel de emociones humanas: Ego y narcisismo, ambición y avaricia. También se ven seducidos por la erótica del poder (la capacidad de influir, decidir y dirigir es profundamente seductora) y el miedo a la irrelevancia (abandonar la política significa enfrentarse a una vida sin focos ni aplausos).
Muchos de estos políticos parecen vivir atrapados en un espejismo mesiánico: la creencia de que sin ellos, el sistema colapsaría. Rodeados de asesores, aduladores y medios que amplifican sus logros (y minimizan sus fracasos), se convencen de que son los únicos capaces de guiar a la sociedad.
Sufren también el mito del salvador: un personaje que se otorga el derecho de decidir por todos porque 'sabe lo que es mejor'. Consultar a la ciudadanía, escuchar otras voces o aceptar la diversidad de opiniones se convierte en una molestia más que en una virtud democrática.
Fijar un límite máximo de 12 años en política ayudaría a la renovación de liderazgos, introduciendo ideas frescas y evitando la concentración de poder en unas pocas personas durante décadas. Esto reforzaría la idea de que es un servicio público y no de una profesión o carrera vitalicia.
Es tiempo más que suficiente para que un político pueda aprender, ejecutar proyectos relevantes y aportar soluciones significativas. Pasar muchos años en política les aleja de la realidad cotidiana de la ciudadanía. Así no sería necesario recordarles que su misión es servir, no perpetuarse.
Una de las mayores resistencias para abandonar la política no solo reside en la pérdida de influencia o relevancia pública. Para muchas de estas personas, esta ha sido su única ocupación. Entran jóvenes en cargos del partido o como asesores, ascienden en la jerarquía y, cuando llegan a un puesto de relevancia, han pasado décadas sin ejercer otra profesión o desarrollar habilidades fuera del ámbito político.
Además, los buenos sueldos, dietas y privilegios asociados al cargo son difíciles de abandonar (coches oficiales, invitaciones a partidos y espectáculos,...) Este nivel de vida, en muchos casos, es imposible de mantener fuera de la política, lo que refuerza la necesidad de permanecer dentro del sistema.
Otra cuestión muy importante que hay que cambiar, las luchas por el poder dentro de los partidos. Aunque hacia el exterior se proyecta una imagen de unidad, la realidad suele ser mucho más triste. Los partidos políticos funcionan como estructuras jerárquicas donde las decisiones se toman bajo la influencia de «familias» o corrientes internas que compiten por el control.
Uno de los momentos de mayor tensión interna es la confección de las listas electorales y el reparto de cargos. Los puestos de relevancia no siempre se asignan en base a méritos o capacidades, sino en función de lealtades, intereses estratégicos y equilibrios de poder entre las facciones del partido. Esto provoca que los compañeros de partido se conviertan, en muchos casos, en los peores enemigos. Quien no se alinea con las corrientes dominantes del partido corre el riesgo de ser relegado a un segundo plano o incluso de perder su carrera política. Esto alimenta un conformismo peligroso, donde se prioriza la obediencia a la innovación o el pensamiento crítico.
La confianza en política es un bien escaso, las lealtades suelen ser efímeras. Hoy alguien puede ser tu aliado, pero mañana podría volverse en tu contra si las circunstancias cambian. Esta dinámica genera un clima de paranoia constante, donde nadie se fía realmente de nadie, aunque todos finjan lo contrario.
Afortunadamente no todos los políticos actúan de esta manera. Hay quienes ven la política como lo que debería ser, un servicio público. Distinguir a un buen servidor público es muy fácil. Lo reconocerás porque escucha y entiende que su papel no es imponer, sino representar. Reconoce sus limitaciones y errores, pero está dispuesto a aprender. Promueve el diálogo y la cooperación, tanto dentro como fuera de su partido, buscando el bien común por encima de los intereses partidistas. No se aferra al poder, sino que entiende que su etapa en la política debe ser transitoria. Y practica la humildad, recordando siempre que el cargo que ocupa es un privilegio otorgado por los ciudadanos, no un derecho adquirido.
El panorama internacional, con la ola de populismos, la avaricia de los multimillonarios y su afán por querer gobernar sin intermediarios como hasta ahora, hace urgente que los partidos políticos en España, y en Canarias, miren hacia dentro y revisen sus dinámicas.
La ciudadanía tiene un papel fundamental en este cambio. Cuando votamos, apoyamos o criticamos, no solo estamos eligiendo representantes; estamos señalando qué tipo de política queremos. Si empezamos a exigir más a nuestros políticos, haremos que el sistema funcione de una manera menos tóxica.
Solo si todos asumimos nuestro papel podremos recuperar la confianza en la política y devolverle su verdadero sentido: ser una herramienta para construir juntos un futuro más justo, inclusivo y democrático.
El cambio no será fácil, pero es más necesario que nunca. Trump está al otro lado del charco y acaba de provocar un terremoto. Su tsunami político amenaza con arrasar las costas de las democracias europeas, dejando tras de sí la pérdida de nuestros derechos humanos más esenciales.
Ojalá te sirva.
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