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El plazo termina este lunes, y aún no se ha presentado una sola idea novedosa. De hecho no es necesario; en ningún lugar se obliga a depositar previamente garantía alguna de que las promesas resultan útiles, practicables en el plazo fijado o sustentadoras del bien común. No hay ley para esto. La proclamas no necesitan avales, basta que usted se las crea y se atreva a dejar su papeleta en la urna, que después todo será cuestión de proporciones. Adhesión sin límites es lo que se pide.
Por eso se habla tanto de nombres en las candidaturas y tan poco de proyectos. Aunque pierdan las primarias, los aspirantes se esmeran en pregonar ocurrencias del mismo modo en que los feriantes manejan el estraperlo. Esta acumulación de propagandistas contrasta con la independencia de criterio que se le exige a cualquier otro administrador de bienes. Con las técnicas modernas de comunicación, al candidato se le exige más estética que conocimiento, más espejo que inteligencia. Los votos se juegan en un solo día, pero lo importante viene después. Así se convierte la democracia en mercancía. Es el lobby de los salvadores de patrias.
Sin ideas verificables se cultiva el miedo, la mala hierba de las incertidumbres. Fácil de sembrar y no necesita frutos, sólo estiércol para seguir creciendo. No se extrañe de las sandeces que escuchará estos días; sopla el mismo viento a izquierda y derecha. Ciudadanos, por ejemplo, quiere aplicar el modelo fiscal canario a zonas despobladas de la península, como el PSOE lo ha programado ya para Baleares. Hace tiempo que en España el diferencial canario se percibe como un privilegio a compartir por todos, ahora también por quienes pueden gobernar. Meritorios en el imperio de la imbecilidad.
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