El hijo mayor de Juana Rivas, hoy mayor de edad, denuncia públicamente que teme por su hermano menor, que sigue bajo tutela del padre ... de ambos. Un señor que no solo hizo imposible la vida de Rivas mientras convivían, sino también cuando ésta intentó salvar a sus hijos del infierno de la violencia. Su historia, sin embargo, no sería la misma de haberse cruzado en el camino con un juez o jueza que simplemente cumpliera con su deber, esto es, poner el bienestar de los menores en el centro.
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Lo decía hace unos días la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE) recordando el informe del Grupo de Expertos en la Lucha contra la Violencia sobre la Mujer y la Violencia Doméstica del Consejo de Europa (Grevio) en el que se alerta de «determinados riesgos y disfunciones en lo relativo a la protección de las víctimas». Por ejemplo, citaban, que los tribunales civiles «siguen concediendo custodias y derechos de visitas a progenitores con un historial de violencia doméstica, llegándose a utilizar el recurso al falso síndrome de alienación parental y obviando o minimizando los efectos altamente perjudiciales que para niños, niñas y adolescentes tiene crecer en un entorno de violencia».
Un maltratador no es una buena pareja, ni un buen amigo, ni un buen hermano, ni un buen colega en el trabajo y, por supuesto, no es un buen padre.
Pero casi todos los días nos encontramos con personas de toda índole que creen que se puede hacer una diferencia entre la obra del genio y su personalidad violenta porque, al fin y al cabo, solo era agresivo con su familia, pareja o hijos. Porque se puede diferenciar entre la vida de buen vecino que saluda cada día en el ascensor e, incluso, cede el paso y nos habla del tiempo y su comportamiento en la intimidad de la relación familiar.
Muchos de estos hombres que han maltratado y hasta asesinado a sus parejas o exparejas eran «bellísimas personas» en el resto de los ámbitos sociales. El «alma de las fiestas», el «dicharachero» que siempre alegra una reunión. Pero no los confundamos con la ficción de Jekyll y Hyde. No son monstruos ni pobres víctimas de un brebaje. Son los hijos más dóciles del patriarcado que se viene arriba gracias a la complicidad de otros igual que ellos.
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