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Aquello de que lo privado gestiona mejor es uno de los eslóganes convertidos en sabiduría convencional gracias a la repetición y el engaño. Es ... tramposo, porque su funcionamiento depende de que no hayan reglas ni ojos que vigilen. Ni siquiera que evalúen que se ha gestionado mejor.
En realidad, especialmente cuando es la administración pública la que lo defiende, lo que quiere decir es que prefiere destinar el presupuesto a eso que llaman en la jerga «inversiones financieramente sostenibles», es decir, evitar «gastos recurrentes». Un ejemplo. En la policía local de la capital grancanaria faltan agentes. En lugar de contratar a más, lo que obligaría a mantener los puestos de trabajo, se recurre a la seguridad privada para los eventos. Un negocio redondo para ambas partes, salvando el hecho obvio de que la seguridad privada carece de autoridad y, si la cosa se pone fea, tendrán que llamar a los inexistentes policías locales.
Con la crisis habitacional ha pasado algo parecido. Las décadas de desidia de las administraciones públicas en la construcción de vivienda social han permitido que el sector privado responda a la demanda como cabe esperar que lo haga el mercado. Aquí no se tiran viviendas por el vertedero para que mantengan su precio. No hace falta. Basta con convertir las islas en un destino idílico para que siempre haya quien llegue y compre al contado.
Cabe preguntarse dónde ha estado la ciudadanía durante estas décadas. Por qué no ha reclamado ni mejores servicios de limpieza, ni de educación, ni de dependencia, de sanidad o de vivienda.
Parte de la respuesta podría ser por la doctrina del shock de Naomi Klein. Pero no solo la amenaza constante deja paralizada a la ciudadanía. Habría que incluir la distracción contínua con las distintas actividades y eventos que «no te puedes perder». Y así, un día te despiertas y te das de bruces con una tierra en la que ni tienes casa, ni funciona la sanidad, pero tienes el mejor carnaval del mundo o un estadio de mundial. Ese día Canarias ya ha dejado de ser una comunidad y ahora es un simple «destino».
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