Pasó haciendo el bien». No se me ocurren palabras más definitorias para las personas que dedican su vida, toda su vida, a aliviar las necesidades, ... las carencias, el dolor de los que les rodean. En estos tiempos, parece que no tenemos capacidad para ver lo que queda de grande y luminoso en este mundo, pero frente a tanta oscuridad solo debemos mirar. Mirar con el corazón.

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Escribir es transmitir. Pero hoy toca ser una mera correa de transmisión, de las recientes vivencias de mi amiga Ana. Ana es muchas cosas, es madre, es médico, es incansable buscadora y una mujer especial. Cuando puede dedica sus vacaciones en el extranjero, ayudando a los que verdaderamente lo necesitan y aportando todo lo que esta en su mano. El otro día me hablaba de las maravillosas personas que había conocido recientemente en Bolivia, de la dura coyuntura que afrontaban cada día, y de la enorme misericordia que desprendían.

Esta es la historia de un grupo de mujeres que con una ínfima parte de esos presupuestos millonarios que derrochan las organizaciones globalistas, son capaces de levantar comunidades enteras. Hay gente que entrega su vida para que esto sea posible, sacrificándolo todo, con vocación de servicio y una inmensa y alegre misericordia. Sin gobiernos, sin presupuestos, sin frías siglas.

Hace casi 170 años el sacerdote Gabriel Mariano y su hermana Josefa se propusieron cambiar la situación de los habitantes de las zonas rurales de la isla de Mallorca; muchos de ellos carecían de acceso a la educación y a la atención sanitaria. En 1856 fundaron una orden de mujeres inspirada en la regla franciscana con el fin de impartir educación gratuita a las niñas pobres y de atender a los enfermos. Se expandió rápidamente por toda la isla y a finales del siglo XIX contaban con más de 40 comunidades. En 1921 recibieron la aprobación pontificia del papa Benedicto XV y comenzó la expansión, integradas ya en la Tercera Orden de San Francisco. La difusión comenzó por Menorca, siguió por la península y continuó fuera de España. Hoy en día están presentes también en Italia, Perú, Bolivia y Texas donde desarrollan una magnífica labor atendiendo a personas en situación de vulnerabilidad. He conocido de primera mano la labor que hacen estas religiosas en Bolivia y en Perú y creo que son un ejemplo de entrega; llevan amor, perdón y libertad en medio de la miseria y de la violencia.

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En Perú, las hermanas tienen una casa en Trujillo, una preciosa ciudad fundada por Diego de Almagro en 1543, que alberga uno de los mayores vertederos a cielo abierto del mundo. Son más de 50 hectáreas de vertedero, o botadero como lo llaman ellos, en el que viven cientos de personas rebuscando entre toneladas de basura. Familias enteras se dedican a esa insana labor y viven allí mismo en precarias chabolas. Duermen, cocinan y tratan de prosperar en medio de la inmundicia, ajenos a cosas tan elementales como la electricidad o el agua corriente. Las hermanas empezaron organizando una guardería para cuidar de los niños más pequeños y evitar así que los padres se los llevaran con ellos a escarbar en la basura. Más adelante se atrevieron con un comedor social, poniendo los medios para que los que acudían, pudieran lavarse un poco antes de comer. Empezaron a enseñar a leer a los niños que vivían en el vertedero y su labor se fue incrementando hasta que recibieron la donación de un terreno y se propusieron construir un colegio. El colegio siguió creciendo hasta que el gobierno peruano lo reconoció como centro educativo y comenzó a aportar maestros.

La llegada al vertedero, en uno de los vehículos de tres ruedas que tanto abundan por la zona, es un viaje siniestro. Montañas de basura flanquean el camino de tierra que da acceso, plagado de animales muertos en estado de descomposición. Completan la imagen fragmentos de basura que sobrevuelan, incontables perros famélicos, nubes de insectos y el hedor. Con cierta frecuencia se queman los restos que añaden al panorama unas gigantescas columnas de humo pestilente. El colegio que las hermanas tienen en el vertedero, es un oasis en medio de tanta podredumbre. Cuenta con aulas, cocina, comedor y está rodeado de un jardín inverosímil que consigue llevar a esos niños parte de la belleza que la vida les niega en su día a día. Es una labor de titanes tratar de imponerse a la desesperanza de unos niños que están condenados a seguir el camino de sus padres, privados de todas las oportunidades. En cuanto el rendimiento de los estudiantes baja, son reclamados por sus familias para que colaboren en el trabajo de hurgar en la basura. El fracaso académico es habitual pero lejos de rendirse, estas mujeres nunca tiran la toalla, han añadido a las clases, talleres de oficios buscando que los jóvenes que abandonan el centro puedan tener una oportunidad fuera de la basura. En la actualidad está al cargo de la hermana Catalina, una septuagenaria a la que le faltan horas en el día para hacer todo lo que hace. En nuestro entorno, a esas edades uno se ha ganado el derecho a descansar pero esta monja testaruda e infatigable continúa trabajando por la continuidad de su proyecto.

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En Bolivia, las religiosas continúan su labor educativa en las ciudades de Sucre, El Alto y La Paz. En sus centros los niños y jóvenes reciben una educación integral en la que los valores humanos son tan importantes como la formación académica. El respeto, la solidaridad, el esfuerzo y el compromiso social se muestran en las acciones que llevan a cabo. En un barrio muy pobre de La Paz se encuentra el Hospital de San Francisco, que cumple con el segundo principio fundacional de la orden, la atención al enfermo. La sanidad pública en Bolivia no llega a todos ni a todas las enfermedades. Los pacientes son atendidos en situación de urgencia pero si su tratamiento exige el uso de prótesis o medicamentos costosos, es el paciente el que debe hacerse cargo de ello. En atención primaria el panorama tampoco es muy halagüeño, las postas de salud carecen de medios para afrontar los tratamientos crónicos y los pacientes conviven con una diabetes, una hipertensión o una artritis reumatoide sin poder hacer casi nada para combatirla.

El Hospital de San Francisco tiene dos propósitos primordiales. El primero de ellos es la unidad asistencial con consultas externas, urgencias, quirófanos y pruebas diagnósticas. Es un hospital de segundo nivel en el que, tanto la admirable hermana Zulema como su gerente el sr. Choque, hacen malabarismos con los presupuestos para dar una buena atención sanitaria. El segundo propósito es la unidad social en la que tratan de facilitar el acceso a la salud a la población más vulnerable.

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Catalina, Marta, Margarita, Zulema, Paulina, Silvia, Lourdes, Teresa, Maribel, Raymunda, Corina, Victoria, Magdalena, Maria José, Alicia y muchas más, son Hermanas Francisanas Hijas de la Misericordia. Buena gente que ayuda a gente buena con necesidades que sobrepasan sus recursos. Estas mujeres han entregado su vida al servicio de los demás y quiero pensar, necesito pensar, que su labor contribuye a que el mundo sea mejor. Es difícil no transmitir intensamente todo lo vivido por Ana, pero todas las palabras saben a poco para expresar el sincero agradecimiento que merecen. Sean el sentir de Ana y estas líneas, una muestra de agradecimiento y homenaje a los que lo dan todo, por nada.

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