El tiempo ha pasado rápido, pero las preguntas siguen vigentes. Cinco años después del confinamiento provocado por la pandemia de la covid-19 es inevitable ... preguntarse cuáles han sido las lecciones que nos ha dejado esta crisis sanitaria global. ¿Hemos aprendido realmente algo? ¿Estamos mejor preparados para el futuro?
Uno de los aspectos más preocupantes es la falta de refuerzo en los sistemas de salud pública, una asignatura todavía pendiente. A pesar de algunas mejoras en la distribución de recursos y servicios, no se ha producido una transformación estructural que garantice una mayor preparación para futuras pandemias. La salud pública necesita el mismo nivel de atención y financiamiento que la defensa nacional, pues la protección de la población ante nuevas amenazas sanitarias debe ser una prioridad, de igual modo que las nuevas amenazas bélicas o terroristas. Porque una financiación adecuada de la salud pública debe verse como una inversión, ya que es esencial su potencial como elemento de prevención frente a los impactos económicos de las mismas pandemias.
Las futuras pandemias surgirán, con alta probabilidad, de la interacción entre la salud humana, la salud animal y la salud ambiental. El cambio climático y la invasión y destrucción de espacios naturales por parte del ser humano, unido a una progresiva globalización, están generando condiciones propicias para la aparición de nuevas enfermedades infecciosas. Esta realidad demanda una vigilancia epidemiológica más eficaz y coordinada a nivel internacional.
Si bien hay retos pendientes, también hemos logrado avances significativos en la detección y el cribado. La mejora en las técnicas de detección, como las pruebas PCR y los test rápidos, ha demostrado ser clave para la identificación temprana de virus respiratorios. Estas herramientas serán fundamentales para evitar que futuras epidemias se conviertan en pandemias globales.
En algunos países, el uso de mascarillas se ha convertido en una práctica habitual en caso de enfermedades respiratorias. Sin embargo, en Europa, especialmente en el sur, la reticencia a su uso sigue siendo evidente, y es habitual viajar en aviones o guaguas con personas con evidentes síntomas respiratorios y gripales sin la menor intención de cubrirse la boca y la nariz con una simple mascarilla. Durante la pandemia se demostró claramente que las mascarillas reducían significativamente la propagación del virus en espacios cerrados, pero esta lección no ha sido del todo asimilada en occidente.
Uno de los grandes logros de la pandemia fue el desarrollo rápido de vacunas eficaces. Sin embargo, la desinformación y el auge de movimientos antivacunas han debilitado la confianza en estos avances científicos. La vacunación sigue siendo una herramienta fundamental para la prevención de enfermedades graves y la reducción de su letalidad. Es imprescindible reforzar la educación pública sobre la importancia de la inmunización, tanto durante la infancia como en el colectivo de mayores y enfermos crónicos.
Las medidas restrictivas, como los confinamientos, tuvieron un impacto profundo en la economía, en la educación y en la salud mental de la población. En particular, la educación de los niños y adolescentes se vio mermada, así como la estabilidad financiera de muchos sectores. A futuro, es fundamental encontrar un equilibrio entre la protección sanitaria y la continuidad de la vida económica, con el fin de minimizar los daños colaterales. Y particularmente en una región como la nuestra, cuya economía depende del turismo internacional. También es necesaria una reflexión profunda sobre el teletrabajo y la teleformación, analizando su impacto real en la productividad, la conciliación familiar y la salud mental, la gran olvidada de nuestro sistema sanitario.
Reflexión final: solidaridad y acción colectiva
Las pandemias no son solo un reto médico y sanitario, sino también social y político. La solidaridad y la acción colectiva demostraron ser clave en los momentos más críticos de la crisis sanitaria. En algunos lugares, como Canarias, la colaboración entre la población y las autoridades permitió una respuesta efectiva y ejemplar, consiguiéndose unas de las incidencias y tasas de mortalidad más bajas de Europa. En otras regiones, sin embargo, la gestión fue muy deplorable y ni siquiera hemos sido capaces de admitir errores ni carencias.
A cinco años del confinamiento, es imperativo no bajar la guardia. La preparación para futuras crisis sanitarias debe ser una prioridad global, respaldada por políticas públicas sólidas y una sociedad consciente del papel que cada individuo desempeña en la protección de la salud colectiva. O lo lamentaremos, más temprano que tarde.
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