
El lector huérfano
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Cuando lees y das con un autor que te 'llena', imaginas muchas veces que tienes la suerte de conocerlo, pero no solo para que te firme un autógrafo en el libro de turno, sino para intercambiar opiniones, incluso compartir una sentada alrededor de un café o una caña de cerveza. Después de todo, a quién no le habría gustado conversar con Shakespeare, preguntar a Joyce por el proceso creativo, compartir una caminata con Delibes por las llanuras castellanas o una velada de excesos con James Ellroy.
Con Alexis Ravelo sí pudo darse ese momento especial, y fue así no solo porque esto es una isla y no es tan difícil encontrarse en el bar de la esquina con el autor que uno está leyendo, sino porque era un literato accesible: para sus lectores y para sus seguidores. Si lo llamabas, contestaba; si te lo encontrabas, se paraba y te atendía.
Por eso, la condición de lector huérfano es inevitable. Creo que son ya cuatro los libros de Alexis Ravelo que han estado en la mesa de noche y de los que he dado buena cuenta. Y creo que no solo hay que agradecerle el disfrute como lector, sino también como isleño -y esto no es un ejercicio de chovinismo- por su capacidad para convencernos de que la isla no es una frontera que impide que lo nuestro se exporte. Porque sus novelas más 'canarias' dieron el salto fuera y su literatura tan de aquí encontró lectores en la lejana península.
A fin de cuentas, cuando hay arte, no hay ultraperiferia que valga. Es más, Ravelo y su 'La estrategia del pequinés' fue más allá de los Pirineos, y con éxito. Este lunes, al conocer la noticia de su muerte, acudí al móvil y encontré la imagen que le mandé en 2019, un frío día de enero. Fue desde Aquisgrán, en suelo alemán fronterizo con Países Bajos, al ver en una diminuta estación de tren que en la tienda donde todo el mundo acudía a por un café o un té para no morir helado, había un estante con algún libro en español para el turista accidental y uno era su pequinés internacional. «¡Qué pasada!», contestó por WhatsApp Alexis al ver la foto.
Pues eso, ¡qué pasada! que se haya ido tan pronto, con tanto por escribir y con tanto lector huérfano.
Descanse en paz.
Pd. Se lleva a la tumba el secreto del Sapo. Sus lectores haremos de albacea.
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