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El hinduismo, al menos el que se practica en ciertas zonas de la India, considera que la sangre de la menstruación de las mujeres es impura, como la que sufren tras un parto, y las alejan de la familia, la comida o el ganado. Por eso murió esta semana Amba Bohora, de 33 años, y sus dos hijos Shuresh y Ramit, de 12 y 9. La mujer se refugió en un chamizo con sus hijos y murieron intoxicados con el humo del fuego que habían encendido para calentarse. En nuestra tierra, no era raro que se impidiese la entrada a las bodegas a las mujeres por aquel mismo motivo.
Los mitos en torno a las impurezas y maldades de las mujeres jalonan la historia. Eva, Pandora, Lilith... El patriarcado se ha constituido sobre la visión dicotómica de la feminidad: o virgen o villana. Santa o puta. Esos estereotipos perviven y son reforzados por las religiones, la familia y los medios de comunicación.
Una demonización similar de las personas que migran y del colectivo LGTBI redondea el círculo de la ciudadanía a la que la ultraderecha achaca todos los males del país. Elegido el sujeto (mujer, inmigrante, homosexual) basta poner detrás «contranatura» para soliviantar a esa ciudadanía amante de las palabras ley, orden y tradición, como si hubiera una única forma de vivir.
La reacción ultraconservadora no es el problema, ni siquiera que anteponga los toros y la caza a las personas, sino sus mentiras, convertidas en verdades mediante la difusión mediática. Eso no solo contamina el debate, cuyo nivel ya es preocupante, sino que les permite volver a debatir asuntos que creíamos resueltos como los derechos de las mujeres, su protección frente a las violencias machistas, los derechos de las personas refugiadas, de quienes migran huyendo de la guerra, la violencia o la miseria, o los derechos de las personas del colectivo LGTBI, su acceso a la sanidad y su protección frente a los odiadores profesionales.
España ha dejado de ser uno de los pocos países europeos en los que la ultraderecha, con nombre propio, no tenía cabida. No deberíamos olvidar que ya estaban aquí pues, de hecho, el partido del fundamentalista de Santiago Abascal no es más que una escisión del Partido Popular, de ahí su fácil entendimiento. El PP se ha limitado a aquilatar los mensajes xenófobos, homófobos y misóginos para que parezcan modernos. La tarea de los medios de comunicación consiste en señalarlos, no en debatirlos, porque hacerlo es concederles la presunción de verdad.
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