Casi todo el mundo vuelve a lo suyo en septiembre: los trabajadores a sus empleos y los escolares o los universitarios a las aulas; mi ... caso no es la excepción, porque un martes de septiembre me encaminé a una sala de cine para reencontrarme con la historia que marcó mi formación cultural, un cuarto de siglo atrás.
Cabe añadir que a los veintitantos años leía hasta de pie e, incluso, dormido; a mis veintitantos años, en vez de alimentarme, devoraba películas. Libros y cine daban sentido al sinsentido de mi vocación creativa, y algunos impactaron tan hondamente que su efecto no se disipa, como un aroma que se aloja por siempre en la memoria. Si hiciera una lista con todo ello, mis gratitudes estarían encabezadas por una novela antigua e icónica.
Volví a 'El conde de Montecristo' en septiembre, ya no a las páginas por entregas de Dumas, en la cúspide de su talento y celebridad, sino a la adaptación que se estrenó en la pantalla grande con la dirección compartida de Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière. En lengua francesa, la versión fílmica busca ser fiel al original, honrándolo.
¿Qué clase de novela escribió Dumas en el siglo XIX para que de ahí brote una superproducción de tres horas en el siglo XXI? Una de aventuras, protagonizada por un antihéroe atractivo e inteligente que pierde el amor de su vida y, dispuesto a ser otro, gana lo inimaginable. La película consigue trasladar el ritmo del lenguaje escrito al audiovisual y mantiene de principio a fin la atmósfera del libro; en suma, aprovecha lo que tiene la historia de envolvente e hipnótica.
Edmond Dantès, el protagonista, encarnaba en su juventud las virtudes de su sociedad, por bondadoso, leal, generoso y trabajador; él, además de cosechar aprecio, generó rivalidades y envidias en gente que no paró hasta verlo en la prisión más infame, bajo acusaciones falsas. En 'El conde de Montecristo' está compendiado lo que necesitamos saber sobre la condición humana y el alto coste de la redención, ya que su trama oscila entre la justicia y la venganza, la conciencia y el poder, el engaño y la confidencia. Por su clarividencia, es un relato de hoy, contado ayer.
En 'El conde de Montecristo' también abundan las tipologías de personas y los vínculos entre ellas. Así como es primordial la relación entre padre e hijo, es determinante la de aprendiz y maestro. El abate Faria guía a Edmond Dantès por los senderos del conocimiento, en el inframundo carcelario que los somete. El protagonista, mientras se instruye, adecúa esas lecciones para su ambición de futuro. La vida como un viaje que no termina; por ende, la vida como un torbellino de aprendizajes que ponemos en práctica con las herramientas insomnes de nuestros defectos, más que con las cualidades. Cuando el maestro le explica con sabiduría que todo va de paciencia y voluntad, el aprendiz asume su destino con la certeza taimada de esperar y confiar.
Quizá 'El conde de Montecristo' no sea un libro extraordinario, en contraste con otras catedrales literarias, ni la película sea un espectáculo perfecto, en comparación con las obras maestras del cine, pero ambos son memorables por razones idénticas: todo lo que ahí se cuenta es una llave para entrar en el fondo de uno mismo y percibir la oscuridad que nos anida. Esta historia del siglo XIX al siglo XXI nos remarca, con su dimensión moral, que no es lo mismo tener valor que tener valores.
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