Varias décadas han debido pasar para que, de nuevo, la ermita de San Antonio Abad vuelva a abrir sus puertas cotidianamente. Y esto, desde el ... pasado lunes 11 de noviembre, ha levantado inmediatamente la curiosidad y la admiración no sólo de turistas, que asiduamente disfrutan del entorno «fundacional» de la primigenia ciudad, a partir del Real de las Tres Palmas, sino de muchísimos vecinos que echaban en falta recuperar la visión de un templo que casi era ya una parte del «misterio» de Vegueta, pues cada vez eran menos las personas que conocían el interior de aquella joya histórica con la que convivían a diario. Una contundente y acertada decisión del Obispado de Canarias, afrontando por sí sólo el esfuerzo que supone atender esta apertura diaria, permite que ahora cada mañana, entre las diez y las catorce horas de lunes a sábado, se pueda visitar y conocer detenidamente este lugar que, por antigüedad y por significación, no sólo es un auténtico hito de la ciudad, de la fundación y primera evolución de la urbe, sino que podemos y debemos considerarlo el primer monumento de Las Palmas de Gran Canaria.
Y si conocer es querer, pues solo se quiere de verdad aquello que se conoce, esta reapertura da la posibilidad que propios y foráneos conozcan bien los altos y variados valores patrimoniales, materiales e inmateriales, que atesora este venerable monumento grancanario. Debe volver a ocurrir la que aconteció con una de las más antiguas guías «de la ciudad de Las Palmas y de la Isla de Gran Canaria», magníficamente editada en 1911 -con profusión de fotografía, dibujos y planos- por Rafael Henríquez Padrón, que al referirse al que fue primer templo levantado en la capital insular, escenario de casi todo lo acontecido en sus primeros años, que no sólo fue ermita, sino edificio institucional para principales ceremonias religiosas, y civiles en determinada medida, se limitó a recoger que se ubica «En la plaza de su nombre y frente a la calle de Colón», para añadir a continuación que «Esta vieja ermita sólo es notable como monumento histórico por haber orado en ella Cristóbal Colón a su paso para el Nuevo Mundo», cosa que, si así fuera también justificaría una enorme importancia conceptual, pues como señala el profesor Pablo Artiles, en su obra 'Estampas de los pueblos de Gran Canaria', «Bajo el techo de un pequeño templo bullen los grandes pensamientos. Un nuevo mundo aparece ante los ojos de Colón, envuelto encajes que cubren el altar».
Los Reyes Católicos, en una fecha tan temprana como la de 1484 escriben a su embajador en Roma para que comunicara «a Su Santidad como por la piedad de Dios se acabó de conquistar la isla de Gran Canaria, en la cual queremos fundar y edificar una Iglesia Catedral y otras Parroquiales», como recoge Martín de Guzmán en su obra 'Las culturas Prehistóricas de Gran Canaria'. Y así, como señala el investigador Alfredo Herrera Piqué, si «el primer espacio urbano de la ciudad fue la plazuela de San Antonio Abad», «en su iglesia se situó inicialmente la sede catedralicia» (1997).
El primitivo templo, con poco uso y quizá sin cuidado alguno, pues la nueva Catedral, en la plaza mayor de Santa Ana, acaparaba todas las atenciones y centraba la vida y los ceremoniales religiosos y cívico-religiosos, estaba casi en ruina avanzado ya el siglo XVIII, lo que obligó entonces a unas importantes obras de reconstrucción del que había sido primer santuario construido en la ciudad, que de nuevo abrió sus puertas en 1757, como señala una inscripción grabada en lo alto de su fachada. Y no sólo se conservó parte de su anterior estructura, sino su esbelta portada de sillería o símbolos como el águila bicéfala (emblema de los Austrias) que luce sobre la puerta principal. En el interior no sólo se conservan algunos elementos arquitectónicos, así como bienes muebles de siglos anteriores a su reconstrucción, sino ese ambiente que transporta a los primeros años de la ciudad, a los tiempos del mismísimo Juan Rejón, o a los del paso de Colón.
Quizá sea ese magnífico artesonado mudéjar que luce bajo su techumbre, a lo largo de una nave única. O la carpintería en madera de tea, de enorme valor y con un destacado ornato en su tallado, sin olvidar un sustantivo púlpito, ubicado en un lateral en voladizo, que se data con posterioridad a la construcción del templo, así como los altares laterales, uno frente al otro, coronados ambos con sendas pinturas de Juan de Miranda. En el altar mayor, entre las imágenes del titular de la ermita, San Antonio Abad, y la de San Juan Nepomuceno, el santo patrón de Bohemia y también patrón de la Infantería de Marina Española, se haya una antigua imagen de la Virgen de Los Remedios, que se supone procedente de la antigua iglesia de Los Remedios, en Triana. También son curiosas las pinturas, quizá mucho más recientes, de antiguos escudos de los Reyes católicos, de los primeros gobernadores y obispos, y del mismo almirante de la Mar Océana.
A muchas personas también les evocará aquellos días de «primeras comuniones», que durante décadas se celebraron allí, de bodas y de «Te Deum» o misas, como las que se llegaron a celebrar en la década de los años ochenta de siglo pasado, en la mañana del día fundacional del señor San Juan. Y se rememoraran visitas de marinos de muy diversos países americanos o jefes de estado y embajadores de importantes naciones amigas.
Sea como fuere, la ermita de San Antonio Abad, que ya disfrutan cientos de turistas, requiere también de la visita y la atención de los grancanarios, pues siendo el primer templo levantado en la ciudad -a excepción de la pequeña ermita de Santa Catalina, alzada, cuando aún no se había fundado esta urbe, por marinos mallorquines del siglo XIV en los arenales, en el entorno de la actual avenida Mesa y López, pero desaparecida en la actualidad, pese a su onírica réplica en el Pueblo Canario-, y su monumento más antiguo, a tenor de su identificación como patrimonio tanto material, como inmaterial, merece que se le conozca y se perciba todo lo que los siglos de la historia insular transmiten a través de él.
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