En el prólogo a una nueva novela de Alberto Vázquez-Figueroa, presentada a comienzos de diciembre en un marco tan adecuado a su asunto como la Casa de Colón, llama la atención que el psicólogo, periodista y autor dramático Cirilo Leal Mújica, junto con el Catedrático de Prehistoria y Premio Canarias de Patrimonio Antonio Tejera Gaspar, abran su texto con una apostilla enormemente sugerente, en la que apuntan como las «lagunas históricas han animado de continuo a responder, desde los ámbitos del saber, a la creación literaria mediante la ficción literaria», algo que se ha dado desde siglos atrás pero, en muchos casos, con enormes deficiencias o con errores o inventos de bulto, que desenfocan o tergiversan, pero que, en el tema que nos ocupa, las ediciones propuestas por la editorial Herques, nos llegan «sin contradecir, en ningún caso, la documentación científica, y siempre teniendo presente el indudable impacto que la historia ha tenido sobre aquella».
Y esta reflexión, más allá de la trama concreta de esta sugerente y atractiva novela de Vázquez-Figueroa, '1622. El barco de las ratas', puede inducir a contemplar un horizonte histórico mucho más amplio, mucho más comprometido con el devenir de las Islas Canarias en su posición atlántica entre continentes. Y este es el del papel de aquellas flotas que se crearon para proteger el comercio entre las plazas americanas y la península. Una escuadra que, como señala la propia Real Academia de la Historia, «patrullaba entre el Cabo de San Vicente, las islas Canarias y las Azores, acompañando, algunas veces a las flotas mercantes hasta las Indias occidentales». Pero pronto, en el reinado de Felipe II, se hizo corriente que estas Armadas de vigilancia acompañaran siempre a la flota, tanto en sus viajes de ida, como de retorno.
Y las exigencias de la situación internacional, de los conflictos que se mantenían con distintos países, como pudo ser en 1620 la guerra con Francia, motivaba que estas Armadas se integraran hasta con veinte potentes galeones, reduciéndose muchísimo en tiempos de paz. Y esta novela, que acerca al lector, como señala el catedrático Emérito de Historia Moderna Carlos Martínez Shaw, a «un relato verídico de los terribles infortunios de una flota de Indias. Una crónica tan minuciosa como sobrecogedora», también permite reflexionar sobre el papel que, el constante trasiego de tan importantes flotas, y sus Armadas de protección, por aguas y puertos del Archipiélago Canario, tuvo para ese posicionamiento de los puertos canarios como indiscutible encrucijada de las navegaciones atlánticas, ya fueran comerciales, navales o científicas, como hoy lo son también para las deportivas.
Vázquez-Figueroa con su novela -la primera que le publica una editorial de sus islas natales- adentra al lector magistralmente en los entresijos y en el día a día de aquellas flotas, como esta de 1622, en un momento muy difícil para la navegación, tanto por los conflictos internacionales con franceses y holandeses que afectaban directamente a España, como por la acción de fenómenos casi imprevisibles entonces, caso de terribles tormentas que mandaban a más de un galeón al fondo del océano, o de plagas como la de ratas que puso en verdadero peligro de supervivencia a las tripulaciones protagonistas de esta obra. Muchas lagunas hay aún en este capítulo de la historia naval de España, en la que tanta parte tienen las Islas Canarias, y, según señala el propio libro, «otros muchos enigmas de esa 'flota maldita de Indias' continuarán enterrados aún por mucho tiempo en las aguas del Atlántico».
Pero el conjunto de esta publicación de la editorial Herques, tanto con la Novela de Vázquez-Figueroa, como con la segunda parte, en la que los historiadores e investigadores Daniel García Pulido, Manuel Lorenzo Arrocha y Juan Francisco Delgado Gómez, bajo el título de «1622. El fatídico viaje de retorno de la Flota de Indias», ofrecen al lector una aproximación certera y concreta de personajes históricos de la obra, como el carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, de la historia de las mismas 'Flotas de Indias', y en especial de la de los años 1621/1622, y de su relación con las Islas Canarias, destacando los nombres y trayectorias de algunos marinos oriundos de Canarias que tuvieron un papel preponderante en ellas, lleva a mucho más que a unas circunstancias concretas, de una flota determinada. Conduce a reflexionar sobre dos puntos. Primero preguntarnos ¿por qué hoy no se conoce bien -o se desconoce, sencillamente-, por el público en general, la relevancia y la trascendencia que tuvo el paso y la presencia continuada durante mas de dos siglos, de las Flotas de Indias en Canarias? Segundo, ¿por qué no se ha subrayado más la relevancia que este periplo naval tuvo para el progreso de los puertos del Archipiélago, para su conformación, a partir del siglo XIX, en verdaderos puntos neurálgicos de las navegaciones intercontinentales, para, en fin, ese trasiego que abrió al mundo a la 'globalización', de la que Canarias es encrucijada inequívoca?
Sin duda una novela, una obra que en su conjunto contribuye a divulgar un capítulo esencial para la historia de Canarias y para la historia atlántica en su conjunto, y que, efectivamente, lo logra, con rigor y ajustada a la documentación histórica, a través de literaturizar aquellas lagunas que el estudio de la historia aún tiene pendiente. Y no se debe olvidar, como ya señaló el historiador británico John H. Elliott, al contemplar 'El viejo Mundo y el Nuevo (1492-1650)', que el «impacto del Nuevo Mundo en la Europa del siglo XVI y comienzos del XVII es un tema extenso y ambicioso que podría ser discutido indistintamente en un libro muy amplio o en uno muy reducido».
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