La reciente guía de la Comisión Europea para armar kits de emergencia domésticos —con su lista de agua embotellada, radios de onda corta y provisiones ... para cocinar pasta puttanesca en plena catástrofe— podría leerse como un manual para el caos contemporáneo.
Pero tras su aparente ingenuidad se oculta un espejo distorsionado de la realidad empresarial. También cabe preguntarse si, más allá de su utilidad práctica, este tipo de mensajes no busca generar una narrativa de alerta permanente que termine por normalizar la excepcionalidad.
Si los ciudadanos deben estar preparados para apagones o conflictos, ¿qué nivel de resiliencia se espera de las empresas en esta era de incertidumbre constante? La respuesta pasa por traducir la lógica de supervivencia al lenguaje corporativo, donde los cisnes negros han dejado de ser excepciones para convertirse en parte del paisaje.
El lema europeo de 'preparados para cualquier cosa' resuena con fuerza en los pasillos de las compañías que operan en entornos VUCA —volátiles, inciertos, complejos y ambiguos—. En este contexto, las crisis ya no son interrupciones, sino el telón de fondo permanente de la operativa.
La recomendación ciudadana de almacenar agua encuentra su equivalente empresarial en la necesidad crítica de liquidez. No se trata solo de colchones financieros, sino de salvavidas para momentos en que los mercados se evaporan con la rapidez de un charco al sol.
La pasta de emergencia representa, en clave empresarial, la necesidad de diversificación. Así como no es saludable alimentarse exclusivamente de barritas energéticas, ningún modelo de negocio puede sostenerse si depende de un solo producto, cliente o mercado.
Las empresas que mejor han sorteado los últimos shocks globales comparten una característica: portafolios variados que equilibran caídas en un área con crecimientos en otra. En un mundo donde decisiones como los aranceles de Trump o una pandemia inesperada pueden redefinir cadenas de suministro en cuestión de días, diversificar no es una opción, sino una medida de protección esencial.
La paradoja de la radio de onda larga —ese aparato que funciona cuando todo lo demás falla— tiene su correlato en la paradoja de la hiperconectividad empresarial. Pese a tener más datos que nunca, muchas organizaciones siguen siendo sorprendidas por crisis gestadas a plena vista.
Sin embargo, tanto los kits domésticos como los planes de contingencia empresariales comparten un defecto común: suelen quedarse en el papel. La UE propone 64 medidas de preparación ciudadana, más de las que cualquiera recordaría en una emergencia real.
En el ámbito corporativo, muchos planes se diseñan solo para cumplir con auditorías. Pero la verdadera preparación requiere simulacros reales. ¿Qué haría el equipo si un competidor lanzara mañana el mismo producto a mitad de precio, potenciado por inteligencia artificial? ¿Y si una regulación prohíbe el negocio principal?
Estos ejercicios, cuando se toman en serio, permiten detectar vulnerabilidades ocultas y ajustar la estrategia sin esperar al desastre.
El componente más difícil de empacar en un kit de supervivencia moderno es el liderazgo antifrágil. Frente a la tentación de gestionar desde el miedo o la negación, los directivos deben cultivar lo que algunos psicólogos llaman 'mentalidad de crecimiento catastrófico': la habilidad de ver en cada crisis una oportunidad de transformación.
Esto no es romanticismo naïf ante el colapso, sino pragmatismo estratégico. Durante la pandemia, las empresas que reaccionaron más rápido no fueron siempre las más tecnificadas, sino las que contaban con equipos capaces de tomar decisiones bajo presión extrema.
La insistencia europea en prever escenarios impensables revela una verdad incómoda: lo excepcional se ha convertido en norma. Las organizaciones que sobrevivan no serán necesariamente las más grandes, sino las que desarrollen la agilidad suficiente para adaptarse una y otra vez.
En este nuevo marco, el auténtico kit de supervivencia empresarial puede resumirse en tres elementos: liquidez para resistir tormentas financieras, diversificación para absorber impactos y una cultura capaz de pivotar sin perder el rumbo. Todo lo demás —desde manuales de crisis hasta algoritmos predictivos— son solo refuerzos.
Mientras los gobiernos ensayan planes para afrontar apagones masivos o guerras convencionales en Europa, las empresas enfrentan su propio apocalipsis plausible: ciberataques sincronizados, volatilidad extrema en materias primas o incluso pandemias surgidas del deshielo del permafrost.
Frente a todo esto, quizá la lección más valiosa del kit europeo no sea logística, sino psicológica: entender que la estabilidad es un mito, y que la única preparación posible es construir organizaciones que no solo resistan los golpes, sino que evolucionen a través de ellos.
Como recordaba Darwin, en términos que cualquier CEO comprendería: no sobreviven las especies más fuertes ni las más inteligentes, sino aquellas que mejor se adaptan al cambio.
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