
Anatomía del embaucador tecnológico
Director de Tecnología de CANARIAS7 y autor del libro 'Inteligencia Artificial en la experiencia del cliente'
Viernes, 28 de febrero 2025, 23:08
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Director de Tecnología de CANARIAS7 y autor del libro 'Inteligencia Artificial en la experiencia del cliente'
Viernes, 28 de febrero 2025, 23:08
La figura del vendedor de crecepelo del Viejo Oeste, aquel charlatán itinerante que prometía soluciones milagrosas con retórica grandilocuente y que desaparecía antes de que ... se revelara el engaño, tiene hoy su equivalente en los autoproclamados gurús de la inteligencia artificial que proliferan en el ecosistema digital. Estos mercaderes de lo intangible operan con el mismo esquema de siempre: explotan la brecha entre expectativas y realidad tecnológica, embaucan con narrativas seductoras y diluyen su responsabilidad cuando el 'elixir digital' no da los resultados prometidos. Y es que, como siempre, la culpa recae en el algoritmo.
Estos nuevos vendedores construyen su credibilidad a través de redes profesionales, presentaciones corporativas y charlas en línea. Su estrategia, tan efectiva como inquietante, consiste en recopilar frases impactantes de especialistas reales, reformularlas superficialmente y presentarlas como propias ante audiencias ansiosas por innovación.
Bajo una imagen cuidadosamente elaborada, estos pseudoexpertos carecen tanto de experiencia operativa como de formación académica en los campos que pretenden dominar. Su bagaje se limita a un repertorio de citas memorizadas, presentaciones ajenas reempaquetadas y una agenda repleta de conferencias donde intercambian ideas recicladas con otros como ellos.
La falta de conocimiento se compensa con una presencia estratégica en eventos. Participar como ponente en una conferencia les otorga credibilidad inmediata, que luego exhiben en sus perfiles como prueba de experiencia. Después, asisten a encuentros similares donde forjan conexiones con otros pseudoespecialistas y se invitan mutuamente a futuras presentaciones, creando un circuito cerrado de validación sin supervisión académica ni contraste empresarial real.
Más preocupante aún es su tendencia a reformular contenido ajeno sin atribución. Muchos dedican horas a reescribir artículos técnicos de fuentes como MIT Technology Review o blogs corporativos de Google, simplificándolos y presentándolos como análisis originales. Las cifras son reveladoras: un estudio de 2024 determinó que el 29% de los materiales formativos sobre tecnología eran copias sin acreditar de documentación técnica de grandes corporaciones.
Este fenómeno no se limita a individuos; también ocurre en las empresas. Un estudio de 2019 de MMC Ventures analizó 2.830 startups europeas y descubrió que el 40% de las compañías clasificadas como de inteligencia artificial no tenían evidencia real de usar esta tecnología.
La transformación repentina de estos falsos expertos recuerda a lo que le ocurrió a Gregorio Samsa en 'La metamorfosis': de un día para otro, quienes antes se presentaban como especialistas en el metaverso amanecieron convertidos en expertos en inteligencia artificial, ajustando su discurso sin esfuerzo y sin inmutarse.
La primera oleada de charlatanes digitales llegó con los motores de búsqueda. Los 'expertos SEO' aseguraban conocer los secretos de los algoritmos, aunque muchos apenas repetían trucos básicos. Cursos exprés enseñaban a saturar textos con palabras clave, ignorando que el posicionamiento orgánico requiere comprender el comportamiento del usuario, la arquitectura web y el análisis de datos. El resultado fue una proliferación de contenido irrelevante y métricas infladas que colapsaban ante cualquier actualización de Google.
Con la expansión de las redes sociales emergieron los 'gestores de comunidades', tan autodidactas como un piloto que aprende a volar contando likes. Se autoproclamaban gurús del engagement sin conocimientos en estrategia de marca o gestión de crisis. Algunos cursos recomendaban publicar memes a las 3 PM como si eso bastara para construir una identidad digital coherente. Muchas empresas descubrieron demasiado tarde que 'saber de redes' no equivalía a profesionalismo. El saldo: cuentas abandonadas y respuestas automatizadas que intensificaban problemas en lugar de resolverlos.
El auge de las criptomonedas trajo consigo a los 'arquitectos de blockchain'. Usaban términos como smart contracts y tokenomics para vender humo sin mencionar el impacto ambiental o la complejidad técnica. Mientras las criptos consumían más electricidad que países enteros, estos gurús organizaban webinars sobre «revoluciones descentralizadas», omitiendo que muchas startups mostraban demos con datos falsos.
El frenesí de los NFTs generó una nueva generación de 'asesores de inversión digital', que ofrecían cursos para «hacerse rico rápido» minteando arte o adquiriendo terrenos virtuales. Prometían rentabilidades astronómicas con colecciones de simios pixelados, ocultando que el mercado dependía de la especulación y el lavado de dinero. Cuando la burbuja estalló en 2023, ya habían migrado a la siguiente moda, dejando a incautos con archivos JPG sin valor.
Finalmente, los 'estrategas del metaverso' aseguraban que en pocos años viviríamos en universos paralelos, pero la realidad fue menos inmersiva de lo prometido. Se vendían terrenos virtuales a precios desorbitados mientras las grandes tecnológicas enfrentaban problemas técnicos fundamentales. Cursos acelerados prometían «dominio de realidades extendidas en seis semanas», aunque ni siquiera Meta logró hacer rentable su visión. Al final, el entusiasmo se desvaneció cuando quedó claro que el metaverso no era la revolución inminente, sino otra promesa inflada con más problemas que soluciones.
El auge de estos falsos expertos es solo la continuación digital de una tradición milenaria: explotar el desconocimiento ajeno mediante una autoridad fabricada. Como sus predecesores del Viejo Oeste, desaparecerán cuando la última moda tecnológica se desinfle, solo para resurgir con un nuevo nombre en la siguiente tendencia.
La innovación real no proviene de quienes memorizan frases impactantes y acumulan participaciones en eventos, sino de profesionales con formación rigurosa y experiencia comprobable, capaces de resolver problemas concretos. Mientras organizaciones y medios no aprendan a diferenciar entre especialistas auténticos y hábiles recitadores, el mercado de la percepción seguirá eclipsando al del conocimiento real, permitiendo que los vendedores de humo digital continúen prosperando a costa de la confusión colectiva.
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