En otra de sus histriónicas intervenciones desde que accedió al poder, el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lanzó su oferta para llevar la ... paz a Ucrania tras una conversación telefónica con Vladimir Putin. De lo que explicó Trump, una de las cosas que más han sorprendido a todo el mundo (al margen de las concesiones territoriales a los rusos y la garantía de que Ucrania no entre en la OTAN) es que el presidente norteamericano ponía precio no solo al apoyo armamentístico servido hasta la fecha a Zelensky sino también al servicio de mediación norteamericano: el acceso a las tierras raras de Ucrania.
Las palabras de Trump dejan claro que los minerales estratégicos son hoy el elemento fundamental para entender los movimientos geopolíticos en el planeta. Y esos minerales nos permiten entender la 'revalorización' geopolítica que el continente africano está viviendo, es decir, el hecho de que África reciba tanta atención de chinos, rusos, indios, países árabes, turcos, y obviamente europeos.
La semana pasada les conté cómo los minerales estratégicos (el coltán, el cobalto, etc.) son uno de los elementos que explican el conflicto del este de la República Democrática del Congo, la clave para entender por qué se está permitiendo a Ruanda estar apoyando a un grupo rebelde (un informe de la ONU habla de que hay 5.000 soldados ruandeses en el terreno) o directamente cuestionar la soberanía territorial congoleña.
Es lo que los expertos llaman 'la geopolítica de los recursos minerales', lo que explica que África viva este momento, llamémosle así, de renovado interés global, pues la creciente demanda de baterías eléctricas, turbinas eólicas y paneles solares ha puesto en el centro de atención a los minerales críticos necesarios para su producción, muchos de los cuales se encuentran en abundancia en el continente africano. De hecho, África alberga una proporción significativa de los minerales esenciales para la industria global: el 70% de las reservas mundiales de cobalto, el 90% del platino, el 60% del manganeso y el 40% de los diamantes, entre otros recursos estratégicos.
El avance de la electrificación y la transición hacia energías renovables ha disparado la demanda de minerales como el litio, el cobalto y el níquel, esenciales para las baterías de iones de litio que alimentan vehículos eléctricos y sistemas de almacenamiento de energía. Se prevé que la demanda de estos materiales se triplique para 2040 y aumente seis veces para 2050.
China, Europa y Estados Unidos han intensificado sus inversiones en África para garantizar el acceso a estos insumos estratégicos, lo que ha generado debates sobre la dependencia de las economías africanas respecto a actores externos.
Las tierras raras, un grupo de 17 elementos químicos esenciales para la fabricación de tecnología avanzada, también forman parte del mapa geopolítico africano. Estos minerales, como el neodimio (utilizado en imanes permanentes para motores eléctricos), el disprosio (clave en turbinas eólicas) y el lantano (empleado en baterías y lentes ópticas), son fundamentales para la transición energética.
Aunque África solo representa alrededor del 5% de la producción mundial, países como Sudáfrica, Burundi y Tanzania poseen importantes yacimientos. A medida que la demanda global crece, el continente tiene el potencial de aumentar su participación en el mercado si logra desarrollar capacidades de extracción y refinado.
El cobalto es un claro ejemplo del dilema de la riqueza mineral en África. La RDC, como les conté la semana pasada, es el mayor productor mundial con el 70% del suministro global, pero también es el epicentro de una industria que enfrenta graves problemas sociales y ambientales. La explotación minera en este país está marcada por denuncias de trabajo infantil, condiciones laborales precarias y conflictos por el control de los yacimientos. A pesar de los intentos de regular el sector y fomentar la minería responsable, el cobalto sigue siendo un recurso estratégico disputado por empresas multinacionales y gobiernos que buscan asegurar su abastecimiento para la industria de baterías.
Más allá de los minerales clave para la transición energética, África sigue siendo un importante proveedor de recursos tradicionales como el oro y los diamantes. Sudáfrica, Ghana y Mali producen alrededor del 25% del oro mundial, mientras que Botsuana, Angola y la RDC generan más del 50% de los diamantes. Sin embargo, la historia de estos minerales está marcada por conflictos y explotación. Recuerdo muy bien la película 'Diamantes de sangre', que retrata la realidad de los 'diamantes de conflicto', extraídos en zonas de guerra y utilizados para financiar grupos armados, un problema que aún persiste en regiones como Sierra Leona y la RDC.
Obviamente, el principal desafío que tiene África es que la extracción de esos minerales no tiene ningún valor añadido, es decir, que no procesa en su territorio lo que se extrae de su subsuelo. Es lo que los economistas llaman las cadenas de valor: la dependencia de la exportación de materias primas sin procesar deja a los países africanos al final de la cadena de valor, limitando sus beneficios económicos.
Si a eso, en países como la RDC, le sumas un entorno caótico lleno de grupos armados, el contrabando ilegal a países vecinos y que prácticamente toda la economía minera es informal, se entiende perfectamente la maldición de los recursos: las élites se llevan lo suyo, los trabajadores viven casi en la esclavitud y la seguridad laboral es, cuanto menos, inexistente, mientras que las grandes fortunas se hacen en países muy alejados de esos yacimientos, normalmente en China y Occidente.
El futuro de la minería en África, pues, estará marcado por la creciente demanda de estos minerales críticos, la expansión de la inversión extranjera y el desafío y a la vez responsabilidad de hacer la minería más sostenible. El cobalto, el litio y las tierras raras serán cada vez más codiciados por potencias como China, la Unión Europea y Estados Unidos, aumentando la competencia por su control.
Y lo que suena a incrementar esa maldición, puesto que sigue contemplando al continente como una gran hucha que vaciar moneda a moneda, debería poder constituir una enorme oportunidad para los africanos y las africanas: para que puedan tener acceso a las riquezas que generan las materias primas sobre las que viven. Las oportunidades pasan por fortalecer la refinación y manufactura local y mejorar la gobernanza del sector minero.
La transparencia, la estabilidad y el desarrollo de infraestructuras serán claves para que la minería en África genere crecimiento económico y progreso social. Su papel en la geopolítica de los minerales ya es fundamental y lo será aún más en las próximas décadas. Si logra superar sus desafíos estructurales, el continente podrá transformar su riqueza mineral en un motor de desarrollo sostenible y autonomía económica.
Un deseo que, lamentablemente, puede sonar excesivamente a utopía ante la voracidad de un sistema que solo quiere los minerales para seguir produciendo más dispositivos, para seguir ganando más dinero. Y para ello los necesita baratos, de ahí que no se pregunte si la extracción de coltán y cobalto genera muertes en el Congo o en cualquier rincón africano. El primer paso para ello es que todos nosotros, los ciudadanos, sepamos lo que tenemos entre manos cuando hacemos una llamada o pedimos comida a través de nuestro teléfono, y empecemos a exigir que los Estados que permiten su venta y las empresas que los mueven garanticen que no se han logrado explotando y asesinando a inocentes.
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