Se calcula que casi la mitad de los africanos carecen en estos momentos de un acceso regular a la electricidad. Los últimos cálculos hablan de ... que entre 570 y 600 millones de personas sufren de tener electricidad precaria o, directamente, no tenerla. El dato cobra aún más relevancia cuando se compara con el resto del mundo: de todos los seres humanos que viven en la llamada brecha eléctrica, el 80% están en el continente africano. En este punto, párense a reflexionar sobre el hecho de lo que supone vivir sin una bombilla, sin luz eléctrica, y lo que ello conlleva para todos los órdenes de la vida en una sociedad: peor salud y atención sanitaria, peor educación, nulo acceso a las nuevas tecnologías, menos oportunidades de empleo...
La falta de luz, por ejemplo, impide que los niños y las niñas puedan estudiar por la noche y que, para hacerlo, empleen lámparas de queroseno con todo lo que ello acarrea, como las enfermedades respiratorias. La falta de luz, por ejemplo, es también esencial desde la perspectiva de la alimentación, de cómo cocinamos: el acceso a tecnologías de cocción limpias, no contaminantes ni perjudiciales para la salud, o a la misma conservación de los alimentos... ¿Quién de nosotros sería capaz de plantear su día a día sin una nevera en casa?
La escasez de electricidad, o el disponer de una red inestable con apagones recurrentes, no solo levanta una barrera para cualquiera que quiera invertir y montar una industria, sino que tiene un impacto directo en la productividad del país. Por ejemplo, un estudio realizado en 23 países africanos reveló que incluso un aumento de solo el uno por ciento en las interrupciones de electricidad resultaría en pérdidas de productividad sustanciales, con un promedio del 3.5 por ciento, para las empresas de toda la región. Éstas, se ven obligadas a depender de generadores de respaldo costosos y contaminantes... todo factores que, insisto, suponen una puñalada a la productividad, el espíritu empresarial y a la capacidad de generar empleos.
Como en todo, y esto es algo que tratamos de reflejar siempre en estos artículos, es fundamental recordar que África no es un país, y que esos 600 millones de africanos sin luz se reparten de manera muy desigual, que hay países con buena implantación eléctrica y otros con nefasta cobertura. En Ghana, por ejemplo, superan el 85% de implantación, mientras que en Sudán del Sur la cobertura media no llegaba en 2021 al 8% de la población.
Las diferencias se hacen especialmente evidentes entre ciudades y áreas rurales. En Nigeria, por ejemplo, el 95% de personas que vive en ciudades dispone de electricidad, mientras que solo la tienen el 40% de la que vive en áreas rurales. Las cifras dan idea también que, por todo el continente, el volumen de inversiones necesario para tratar de cerrar esta brecha es espectacular.
Los africanos son, como no podía ser de otra manera, los más conscientes de la necesidad de convertir la electrificación en una prioridad con la que afrontar cualquier plan de desarrollo del continente. Y hay algunos planes de instituciones multilaterales sumamente ambiciosos. El más significativo es el llamado Mission 300, un proyecto que persigue 'electrificar' a 300 millones de africanos en los próximos cinco años, obra del Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo y la organización Energía Sostenible para Todos (SE4ALL).
Es obvio que para llevar electricidad a 300 millones de personas se requieren recursos financieros a gran escala, una estrategia integral que abarque distintos aspectos del sector energético, redes de alta y baja tensión, transformadores... y con una planificación que además tenga muy clara la necesidad de adaptación a un territorio fragmentado y enorme.
Al respecto, según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), en 2022 se estimó que serían necesarios 22.000 millones de dólares anuales para expandir significativamente las mini-redes en el continente (clave para zonas rurales) y 50.000 millones para desarrollar las redes nacionales centralizadas. A estos datos, el Banco Africano de Desarrollo le sumaba la necesidad de invertir hasta 45.000 millones más en redes de transporte.
Este es un plan que se basa en la generación de energía eléctrica, en la mejora de la infraestructura energética, en la actualización de las políticas energéticas de los estados y, especialmente en la atracción de la inversión privada a través de partenariados público-privados que den seguridad y confianza a los inversores.
Ese lado, el de la demanda, como podrán imaginar tanto por el propio dinamismo económico como por las perspectivas demográficas que maneja el continente, está asegurado. Las estimaciones son que la demanda eléctrica en el continente aumente en los próximos tres años a ritmos del 5% anual, con lo que aún cobra más importancia la necesidad de generar más y más suministro eléctrico.
Además, y desde esta perspectiva he escrito en varias ocasiones en los últimos años, se produce una paradoja: el continente necesita una planificación gigantesca para dotarse de electricidad pero tiene la oportunidad, dado que parte de una situación tan escasa, de que puede hacerlo mejor y más barato que el resto del mundo, dados los avances y el conocimiento adquiridos a través del desarrollo de energías renovables.
Y es profundamente paradójico que, a pesar de tener un enorme potencial para la generación de energía renovable, incluyendo el 30% de los minerales esenciales para estas tecnologías y el 60% de los mejores recursos solares del mundo, África reciba solo alrededor del 2% de la inversión mundial en energías renovables.
Y resulta ya curioso observar como muchos de los países africanos con menor acceso a la electricidad son los que tienen una mayor proporción de energía renovable en su consumo energético final (es decir, un mayor peso de las renovables en su llamado mix energético). Y da la pista de que, realmente, este es el camino a explotar, caminos por ejemplo como el de los Sistemas de Energía Renovable Distribuida (DRE), caminosque ofrecen soluciones inmediatas, escalables y rentables hacia la electrificación, particularmente de áreas rurales desatendidas. Estos sistemas son, habitualmente, un 30% más económicos que las extensiones de red tradicionales y además reducen hasta en un 50% las emisiones de carbono en comparación, por ejemplo, con las de una planta de generación eléctrica a través de la quema de diésel.
Permítanme concluir recordando que cualquier plan para el desarrollo del continente africano debe priorizar esta componente energética, y que la acuciante necesidad de electrificación en África presenta tanto un desafío enorme como una oportunidad sin precedentes para transformar vidas, impulsar economías y construir un futuro más resiliente y sostenible. Y que en este sentido, España es un país conocido mundialmente por su tecnología en este tipo de sistemas renovables. Desde Casa África hemos fomentado multitud de encuentros e iniciativas en este sentido, ya que tenemos ahí una oportunidad importante y debemos estar atentos a ella.
En el Global Gateway, el plan geoestratégico de la Unión Europea, se incidía fuertemente en la generación eléctrica para África, con proyectos que sumaban hasta 300 gigawatios para 2030 y la generación de electrolizadores para producir hidrógeno verde. Es fundamental estar apoyando los esfuerzos africanos en este sentido.
Sin embargo, llevamos semanas escribiendo que estos son tiempos complejos. Desde Estados Unidos, la administración Trump tomó hace pocas semanas la decisión de desmantelar totalmente la iniciativa Power Africa (que puso en su día en marcha Barack Obama para precisamente ayudar a África a través de instalaciones energéticas).
Un proyecto que en 2013 fue anunciado para dar electricidad a 60 millones de africanos a través de la creación de infraestructuras capaces de producir 30.000 megawatios. En los últimos años, los norteamericanos presumían de haber ayudado a movilizar 29.000 millones de dólares en proyectos energéticos y mejorado la estabilidad y el acceso a la energía a más de 200 millones de africanos. De la noche a la mañana se pararon todos los programas y todo el personal fue despedido y enviado a su casa. Como podrán imaginar, y disculpen la metáfora energética, qué pocas luces...
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