Londres, en fecha 12 de octubre de 1681. Según se contiene en varios portales, sin que figuren nombres y detalles, una mujer sufrió una paliza ... física por el mero hecho de querer ser parte de la vida política británica. Y no consta en las reseñas las consecuencias hubo. Eran otros tiempos, con el absolutismo todavía imperando en Europa. Tres siglos y medios después, algo así sería inasumible, por fortuna; si bien es cierto que resta aún camino para alcanzar la igualdad.
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Esta misma semana tenemos en el candelero mediático dos nombres propios femeninos: Rocío Monasterio y Bárbara Rey, por aspectos políticos y asuntos carnales. Ambas, me temo, candidatas muy propicias a chanzas, mofas y habladurías.
La primera ha sido víctima de un contubernio en el seno de su formación política, de la que llegó a ser fundadora en 2014. Verso suelto en Vox, fue disciplinada y cumplidora con las directrices que le fueron marcando, a pesar de no estar de acuerdo con las estrategias decididas por Santiago Abascal. Tras ser relevada de su condición de portavoz de la Asamblea de Madrid, el jueves renunció al acta de parlamentaria regional. Se volverá a ganar la vida como arquitecta que es.
La segunda fue amante del rey emérito. Con las grabaciones que se están dando a conocer estos días, sabemos que existieron asuntos de camas, consentidos, entre dos personas adultas con plenas facultades. Además, nos está quedando claro que la confidencialidad no era un fuerte que trabajara el monarca. Tampoco el respeto a la madre de sus hijos queda muy favorecido.
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Así las cosas, de abundar la condición femenina en la dirección de Vox con un hombre forzado a dejar la vida pública, ¿qué respuesta social se habría dado? De otro lado, ¿torceríamos el rostro con una medio sonrisa si hubiera sido la reina emérita la de los líos de alcoba?... Pues eso.
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