
La cara de Donald Trump cada vez que su rival en el debate perdía el hilo, se quedaba sin fuerzas o simplemente decía cosas poco ... relacionadas con el tema tratado, era un poema. Hasta el excéntrico magnate se quedaba, a veces, con cara de perplejidad, pensando, imagino, en qué estarán pensando los demócratas para presentar al veterano político, que vivió su mejor momento cuando la estrella era Obama y él un perfecto segundo. Durante su legislatura presidencial, no han sido pocos los momentos que ha protagonizado en los que se evidencia que ya no está para estos trotes. Tiene muchas lagunas mentales, se confunde con una regularidad preocupante y a veces parece no saber muy bien dónde está.
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En el reciente debate, cuando mejor estuvo fue cuando Trump lo picó diciendo que él no podría jugar al golf a su nivel, a lo que Biden, como si ese fuera el principal problema de los norteamericanos, y por lo tanto de numerosos países en los que influyen. Llegó a presumir de su hándicap de su época de vicepresidente, y retó a Trump a un duelo... en los hoyos. Todo lo que envuelve a unas elecciones presidenciales en Estados Unidos es fascinante desde el punto de vista del mero espectador. Las convenciones, las campañas, el seguimiento de los medios, los debates... pero en esta ocasión, sospecho que lo más fascinante ahora será ver cuánto tarda el partido de Biden en darle una patada antes de que sea demasiado tarde, si es que no lo es ya.
Trump vuelve a saborear el placer del poder, aunque siempre lo tuvo. Y gran culpa de ello lo tiene el propio Biden, que parece seguir perdido en el frente.
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