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A los que vivimos de Telde para abajo deberían contabilizarnos las horas que invertimos en atascos en la GC-1. Igual que hay estimaciones que ... te calculan el tiempo que pasamos durmiendo, o hablando por teléfono, o usando las redes sociales, debería haberlas para registrar el agujero negro en el que nos metemos quienes nos vemos obligados a sufrir a diario el Mordor del tráfico en Gran Canaria, sobre todo desde mediados de noviembre en adelante.
Además de un centro comercial y de un topónimo de lo que en tiempo fue una fértil zona de cultivos, La Mareta es un pasaporte a la desesperación, un pozo de frustraciones, un salvoconducto para el infarto. Nací en Telde y me siento orgulloso de ser teldense, pero tengo que confesar que cuando llegan estas fechas no puedo evitar percibirlo como una rémora, un lastre que frena mi vida.
No falla. Siempre me topo con una dichosa cola en dirección a la capital. Unas veces a la altura del aeropuerto, otras veces, desde Las Puntillas, y otras, bajo el puente que da acceso a la Base Aérea. Cambia de sitio, pero no se olvida. Fiel a su cita. No hay manera de llegar a tiempo a un reportaje o al médico. Más de una vez he dado marcha atrás con las entradas compradas para un espectáculo.
Y lo curioso es que el mal se agudiza por esta época, en las semanas previas a la Navidad. Debe ser, digo yo, porque media isla se la pasa hibernando hasta que le da por el desenfreno consumista.
Ahora dice el Gobierno que la solución está en un cuarto carril entre La Mareta y Las Terrazas. Ojalá. Los que la sufrimos ya nos agarramos a un clavo ardiendo. Seguro que por ese agujero se va parte de nuestra salud y de nuestra economía.
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