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Supongo que le habrá pasado alguna vez en estos meses, que no ha dado con la tecla para enroscar la tapa del brick de leche ... o de la botella de agua, ahora soldada al recipiente, y que se habrá preguntado por la feliz ocurrencia de quien lo diseñó.
Pues bien, ese molesto añadido en nuestros envases es fruto de la aplicación de una directiva europea, la 2019/904, que España ha traspuesto a su legislación por medio de la ley 7/2022 de residuos y suelos contaminados para una economía circular. En su artículo 57 se establece que a partir del 3 de julio de 2024 solo se podrán introducir en el mercado los productos de plástico de un solo uso, cuyas tapas y tapones permanezcan unidos a sus recipientes.
El ejemplo permite ver hasta qué punto influye en nuestra vida cotidiana, hasta en los detalles más nimios, lo que se discute y se aprueba en Estrasburgo o en Bruselas. La Unión Europea nos compete. Por más que nos parezca lejana; por más que nos entretengamos más con nuestra enrevesada y endemoniada política doméstica y sus Sánchez, Feijóo, Abascal, Rufián o Puigdemont; por más que estos días no veamos apenas carteles electorales en las calles y por más que no sepamos ni pronunciar el nombre de la actual presidenta de la Comisión Europea, los canarios, los españoles y los europeos nos jugamos mucho cada vez que la UE nos convoca a las urnas.
Ir a votar este domingo no solo es un derecho ciudadano, sino que tendríamos que tomarlo como un deber. Por más denostada que esté la política y los que forman parte de ella a esa escala y a otras más pequeñas, la urna es el mejor instrumento democrático para marcar nuestro rumbo, como sociedad y como individuos.
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