

Secciones
Servicios
Destacamos
En un reportaje reciente, un alumno del IES Faro de Maspalomas, en San Bartolomé de Tirajana, me contó que el momento más feliz de un ... compañero inmigrante recién llegado que tenían en la clase era el de la hora de Educación Física. Tocaba jugar al fútbol y entonces se activaba.
Sus dificultades con el español, pese a los esfuerzos del centro por acelerar su aprendizaje, propiciaban que se pasase ensimismado algunas de las otras clases. No entendía nada y se aislaba en su propio mundo. Pero llegaba el momento de darle patadas al balón y entonces se esfumaban las barreras idiomáticas y hasta culturales.
En un campo de fútbol los jugadores, vengan de donde vengan, hablan un mismo lenguaje. Historias como esta reconcilian a la sociedad con un deporte que otros se empeñan en manchar con corruptelas, agresividad y ataques a la deportividad.
El brillo deslumbrante de los contratos millonarios, las masivas audiencias televisivas o las pasiones desatadas por las distintas competiciones, realidades todas no necesariamente negativas, no pueden encandilar esas otras caras del fútbol, incontestablemente más positivas, como la que ha permitido que una España no siempre del todo comprensiva con el fenómeno de la inmigración haya vibrado con el papel estelar en la última Eurocopa de dos jugadores hijos de esos viajes sin retorno, Lamine Yamal y Nico Williams.
A la hora de cantar un gol o de festejar una victoria, se abrazan ideologías, religiones y lenguas porque les une ese instante de felicidad que solo es capaz de deparar el fútbol, un código universal que, bien empleado, nos hace mejores como comunidad social.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.