De pequeño recuerdo cómo me gustaba la carretera de Telde a Valsequillo, la GC-41, a su paso por San José de Las Longueras. Un ... espectacular túnel de copas de árboles gigantescos le daba un aire boscoso y un toque de identidad a una carretera corriente entre barrios también corrientes, dicho sin ánimo ofensivo, arquetipos del contorno urbano del casco de Telde. Desapareció.

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En Lomo Cementerio, un impresionante ejemplar, no recuerdo la especie, con un tronco descomunal, marcaba el cruce o la conexión entre este núcleo, la carretera que sube a Las Medianías y la GC-100. Lo talaron.

En la entrada de San Francisco por el recoleto Callejón de la Fuente otro árbol imponente embellecía y particularizaba la esquina entre dos históricos caserones. Al suelo con él.

Y en la calle en la que me crie una icónica palmera hacía, y por fortuna, hace todavía las veces de hito divisorio entre el extrarradio de Los Llanos, donde vivíamos, y la intersección viaria para adentrarse en dos barrios, Lomo Bristol y Valle de los Nueve bajo. Aún rezo por ella.

En todos, o casi todos estos casos, las talas se justificaron por razones de seguridad. Y no las niego. Es obvio que la seguridad es lo primero. Pero aun cuando no oculto, de entrada, una tendencia casi enfermiza a que todo siga como está, sí me pregunto si nunca existió una alternativa menos drástica. O si, ya puestos, no hubo opciones alternativas para que al menos el verde no desapareciera del mapa. Tengo la sospecha de que sí las había.

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Por lo pronto, la necesaria, por seguridad, ampliación de la GC-41 entre La Herradura y el cruce con Tecén se llevará por delante decenas de árboles que, he ahí lo malo, no serán remplazados. Otra calzada más segura, sí, pero más anodina, sin alma, sin paisaje.

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