Directo Caleb Olson se corona en la prueba reina de la Transgrancanaria

Los mismos que criticaron la ausencia de una representación española del más alto nivel -empezando por los reyes- en la reinauguración de la catedral de ... Notre Dame, han pasado de puntillas por la presencia de Felipe VI y doña Letizia en el 80 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, memoria eterna de la degeneración nazi.

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Junto a ellos estaban dignatarios de medio mundo, en un acto donde el protagonismo lo tuvieron, sin embargo, aquellos que sobrevivieron al horror. Esos hombres y mujeres -la mayoría, niños en aquel momento- que llegaron en trenes abarrotados y se encontraron con el cartel de la entrada que decía que el trabajo les haría libres, cuando en realidad su gran trabajo era sobrevivir pero sin el premio de la libertad. Ochenta años después, esos supervivientes también encendieron su llama en el acto, unas velas para el recuerdo de los fallecidos pero sobre todo para que no se olvide lo que allí sucedió.

Los mensajes fueron inequívocos: es inadmisible olvidar el pasado, porque es el primer paso para que se repita, y es imperdonable que se banalice la ideología que puso en pie aquella maquinaria de exterminio. Sobre esto último es preciso insistir: el holocausto no fue el resultado voluntarista de unos cuantos empeñados en resolver el problema logístico de que ya no cabía más gente en su interior, sino el resultado de concienzudos estudios para ver cómo, a partir de la idea del supremacismo, se exterminaba -con la mayor eficacia, en el menor tiempo posible y con el gasto más reducido- a millones de personas. Fue un ejercicio de arquitectura, ingeniería y contabilidad macabro, con el añadido de que había un país entero que miró para otro lado. Unos no lo sabían pero otros sí y no elevaron su voz. Es evidente que si lo hacían, su vida valía menos que cero, pero la extensión de la cobardía por todo un país es algo que merece un análisis de diván. Básicamente porque la cobardía individual y de la masa son determinantes para el poder de los bárbaros, como así sucedió.

El origen de todo aquello estuvo en las urnas. Es otra de las lecciones que nos deja la historia y que también hay que imprimir por los siglos de los siglos. Las democracias son una bendición pero su gran imperfección es que permiten precisamente que por las ventanas de la libertad se cuelen aquellos que desean cerrarlas a cal y canto. Y frente a eso, de nuevo, el antídoto más eficaz es el conocimiento: las velas encendidas para que sigamos viendo lo que pasó.

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