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Desde hace unas semanas, el nombre de AstraZeneca, farmacéutica que contribuyó a la lucha contra la covid-19 con una vacuna, está asociado a la ... polémica. Especialmente si uno se deja llevar por lo que circula en buscadores en internet, en redes sociales y en supuestos medios de comunicación.
Los hechos son sagrados y las opiniones son libres, nos decían hace años. Ahora todo ha cambiado y hay quienes se empeñan en que las opiniones se sobrepongan a los hechos, condenando a estos a un valor residual. Como si la verdad fuese cosa de románticos trasnochados...
Pero como es cuestión de no tirar la toalla, vayamos con los hechos:en marzo, la Comisión Europea notificó que, a petición de la propia AstraZeneca, se retiraba con fecha del 7 de mayo la comercialización de aquella vacuna. El motivo esgrimido fue de índole «comercial», básicamente por la falta de demanda y porque hay un excedente de vacunas en el mercado.
La tesis dominante en buscadores y en redes fue bien diferente. Decía básicamente que AstraZeneca retiraba su vacuna tras confirmar que era la responsable de numerosos casos de trombosis, un efecto secundario que en el Reino Unido ha derivado en una demanda millonaria de pacientes afectados por ese problema. A partir de esa chispa, se produjo el consiguiente estallidos: una explosión de comentarios, 'informaciones' más o menos contrastadas que aseguraban que la causa real eran miles de muertes por culpa de las vacunas, la consabida conspiración planetaria entre farmacéuticas, élites, gobiernos corruptos y un ganado de humanos convertidos en ovejas que fuimos llevados al matadero de la vacunación.
Todo eso lo vivimos en 2020 y 2021 con especial virulencia, con los profesionales sanitarios como los primeros en sufrir aquel acoso. Y les salió gratis a los acosadores. Es más, alguno de ellos se ha consagrado como comunicador, otros como tertulianos, e incluso algún cantante de capa caída ha resucitado gracias a las teorías terraplanistas que defendió entonces. Puede parecer que ha llovido mucho desde entonces, pero no es tanto el tiempo que ha pasado y, sobre todo, la tormenta continúa y, desgraciadamente, va a más.
La desinformación campa a sus anchas y la benevolencia legal con los profesionales de la creación y la difusión de bulos es digna de tesis doctoral. Hemos consentido que la pandemia de la mentira supere al reconocimiento del inmenso esfuerzo que hizo la ciencia por evitar la aniquilación de millones de personas. Y ahora creo que ya no hay vacuna que lo pare...
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