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Cuentan las crónicas que fue en los Juegos Píticos, en Delfos, en la antigua Grecia, donde se coronaba a los ganadores con una corona de ... laurel. Es por ello que cuando un atleta regresaba a casa sin ese reconocimiento, se decía que se había 'dormido en los laureles'. Quizás algo de eso conviene recuperar ante la celebración este viernes del Día Mundial del Turismo, que tuvo su antesala en el recinto ferial de la capital grancanaria con los premios al sector que apadrina el Gobierno de Canarias.
La historia contemporánea de este archipiélago no se puede entender sin el turismo. Y es evidente que ese negocio ha dejado en la balanza muchas más ventajas que inconvenientes. Más aún siendo como somos un territorio fragmentado y muy alejado del espacio político y cultural al que pertenecemos. Lo digo porque a veces se nos olvida que si hoy contamos con una conectividad aérea de primer orden, con facilidades para ponernos en la península varias veces al día y con toda Europa otro tanto, es gracias al turismo. No porque el Estado fuese comprensivo ni porque las aerolíneas, primero las públicas y después las privadas, decidiesen atender a unas islas sin masa crítica para justificar los vuelos. Esas conexiones llegaron porque había gente deseosa de pasar unos días de descanso tumbados al sol en la playa o subiendo montañas y descendiendo por barrancos.
Pero también es cierto que al turismo podemos recriminarle algo de sueño bajo los laureles del éxito. Y, sobre todo, lentitud a la hora de reaccionar ante los cambios del negocio y de la demanda social. Esos inconvenientes van a más cuando, en paralelo, no hay unidad de criterio entre los empresarios del sector.
El inventario de cambios que han llegado y para los que se ha reaccionado tarde, mal o nunca es largo. Apareció el 'todo incluido' y se tardó en aceptarlo e incluso en buscar ciertas ventajas; llegaron los vuelos de bajo coste y cogieron al turismo con el pie cambiado; otro tanto más recientemente con el alquiler vacacional... pero, sobre todo, la transformación ha venido, como en el resto de negocios, de la mano de la irrupción de las nuevas tecnologías. Esas que permiten que el cliente ya no tenga que pasar por un intermediario (léase turoperador o la clásica agencia de viaje). Ese giro de 180 grados lo ha cambiado todo y quien no se suba a ese carro, se quedará atrás. O literalmente morirá.
Por último, una sugerencia al sector: trabajen más en la implicación con la sociedad que les rodea.
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