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Menos mal que Montoya, el chico ese de fama planetaria, no está sentado en el Consejo de Ministros de Pedro Sánchez. De lo contrario, habría ... salido corriendo y dando berridos al ver el esperpento de la rueda de prensa de este martes tras el Consejo de Ministros. Y menos mal que en las disposiciones publicadas en el Boletín Oficial del Estado no hay lugar para anotaciones a pie de página en cada resolución del Gobierno, pues, de haberlas, faltaría espacio para dejar constancia de los votos particulares de los diferentes ministros a aquello que nos presenta como una decisión del Consejo.
Esa comparecencia ante los medios de la vicepresidenta Yolanda Díaz y su 'compañera' de Gobierno Pilar Alegría, ministra portavoz, con una diciendo una cosa y la otra la contraria, todo ello aderezado con puñaladas dialécticas y correcciones en las dos direcciones, confirma la poca cultura de diálogo que hay en la democracia peninsular. Y digo la peninsular porque en Canarias llevamos cuatro décadas con gobiernos con dos o más partidos sosteniendo la mayoría parlamentaria y bien que hubo diferencias, pero había una máxima que se respetaba: evitar el ridículo que supone sembrar ante la ciudadanía la impresión de un desgobierno.
Los que tienen más memoria recuerdan las cuitas entre los equipos de Román Rodríguez y Adán Martín (que en paz descanse) en los años de convivencia en el Consejo de Gobierno, así como las que hubo entre Paulino Rivero y Soria, o incluso entre Fernando Clavijo y Patricia Hernández hasta que aquel pacto saltó por los aires, pero las dos partes (que no bandos) se esforzaban por disimularlo y encontrar un hueco para el consenso. Se pactaban incluso las discrepancias y hubo diferencias en los votos parlamentarios y resoluciones del Gobierno que no salieron por unanimidad, pero dentro de unos márgenes de racionalidad y, sobre todo, de respeto. Con Sánchez, Díaz, Montero y el resto, el panorama es otro. Porque lo primero que se han perdido es el respeto.
Todo se reduce, además, a una guerra por ver quién puede recuperar votos en la izquierda y quién se los roba al otro, sin caer en la cuenta de que el problema no es ese. Lo trascendental es que están alimentando los votos del otro lado de la balanza, ya sea los que miran a Feijóo como alguien al que puede que no le sobra carisma, pero que no parece que dé espectáculos, o a Vox, que gana apoyos sin apenas hacer nada. El día que quieran darse cuenta del error, el dinosaurio de Monterroso no es que esté allí, es que se los habrá zampado.
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