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Ha pasado un mes de las manifestaciones en prácticamente todas las islas reclamando un límite al crecimiento turístico y tengo la sensación de que han ... sido más útiles fuera de Canarias que en este rincón fragmentado del Atlántico. De hecho, la proyección mediática nacional e internacional que tuvieron aquellas protestas derivaron en acciones similares en otros puntos de la península. Pero y ¿aquí?
Si miramos al Parlamento, que camina con pasos de tortuga, pues es evidente que toda aquella protesta ha quedado en poco: un puñado de preguntas al Gobierno y nada más. Desde el punto de vista práctico, un cero casi absoluto. Incluso un dígito con signo negativo, sobre todo si recordamos algunas de las intervenciones en las últimas semanas en la comisión que analiza el reto demográfico: se ha podido escuchar incluso a quienes defendían que si en lugar de ser dos millones y medio de Canarias, fuésemos el doble, pues tanto mejor.
Ese Parlamento también acogió una Conferencia de Presidentes que sentó al Gobierno con los regidores de los cabildos. Es una cita que debería ser muy frecuente, pues desde su puesta en escena invita a pensar que hay ganas de reflexionar juntos y construir en positivo. Pero cuando allí se pusieron sobre la mesa algunas de las demandas del 20A, la decisión fue la típica:se crean comisiones de estudio y se tira el balón hacia adelante, confiando que pase el tiempo y a ver si la marea baja.
Si descendemos a la escala municipal, pues tampoco el panorama invita al optimismo. ¿Se acuerdan de que una de las quejas el 20 de abril era el colapso del mercado de la vivienda, tensionado, entre otros factores, por la demanda turística? ¿Qué hemos visto desde entonces? Pues un Ayuntamiento de tanto peso como el de la capital grancanaria bloqueando artículos del decreto autonómico sobre vivienda y otro de tanta relevancia turística como el de Mogán defendiendo aplicar una tasa al visitante y el resto poniéndose de perfil, como quien dice: «Hazlo tú, que si te funciona ya iré yo después a poner la mano, pero ahora prefiero no complicarme la vida».
Lo fácil en estos casos es concluir que se equivocaron los convocantes de las manifestaciones, que tenían que haber articulado una propuesta política que, a través de un partido concreto, pudiera hacer realidad sus objetivos. No comparto la tesis: en realidad, sospecho que el mayor error de aquellos fue pensar que sí había responsabilidad donde damos por hecho que siempre debe haberla.
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