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Las plataformas que comercializan pisos en régimen de alquiler vacacional se han encontrado esta semana con el anuncio del Gobierno de España de una inspección ... para castigar a quienes colocan en el mercado inmuebles que no están legalizados. Dicho así, suena de lo más normal pero cabe preguntarse cómo hemos llegado hasta ahí, porque lo grave no es tanto que se comercialicen, sino que esos pisos ilegales hayan estado funcionando.
Se trata de un intento de poner una tirita ante una hemorragia que no se para. En estos últimos meses, gobiernos regionales y locales que tienen poco de comunistas o bolivarianos han anunciado un frenazo en seco al alquiler vacacional. Lo han hecho, por ejemplo, el alcalde de Madrid y el presidente de la Comunidad Valenciana, que son del Partido Popular, y el argumento en ambos casos es el mismo: se ha producido un incremento exponencial de esa figura de alquiler que ha escapado a su control.
Pero ahora conviene detenerse en una reflexión: ¿hay normativas que regulaban esa figura? Sí. ¿Se habían establecido protocolos sancionadores para quienes los incumpliesen? También sí. ¿Qué ha fallado entonces? Pues simple y llanamente que desde el ámbito municipal y regional se optó por mirar para otro lado, porque fiscalizar y sancionar siempre conlleva enfadarse con alguien y se ve que la prioridad era presumir de cifras turísticas y no querer saber si se alojaban en lugares sujetos a la normativa vigente. Se entiende así el enfado de muchos hoteleros:a ellos se les hace cumplir con la letra pequeña de las condiciones y con otros todo ha sido manga ancha.
Pero estamos ante un comportamiento que va más allá del fenómeno del alquiler vacacional. En un país tan burocratizado como es España -gobierne quien gobierne-, se ha generalizado eso de que para legislar sí se es puntilloso, pero para fiscalizar se es excesivamente indulgente. No hay más que preguntar cuántos inspectores en materia turística, sanitaria, educativa o de consumo tienen las autonomías, cabildos y ayuntamientos. Y más aún:también debería regularse que sean inspectores alejados de la tentación del corporativismo. Lo digo porque si ponemos a inspeccionar una actividad a quien la ha estado desempeñando hasta ayer mismo o puede volver a ella pasado mañana, la tentación de mirar para otro lado es más que evidente e incluso razonable.
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