Un pacto con muchas aristas

La vía elegida es una ley orgánica de delegación de competencias. Entre los precedentes están sendas leyes en su día para que la Comunidad Valenciana y Canarias subieran su techo competencial, usando para ello el artículo 150.2 de la Constitución. La Lotrava y la Lotraca fueron dos remiendos a unas autonomías que estaban por debajo de las históricas en cuanto a autogestión pero que tenían ciertas singularidades.

Al utilizar ahora esa fórmula en el acuerdo con Junts, se abren dos frentes: por un lado, las dudas sobre la constitucionalidad, porque no estamos hablando de la gestión de las carreteras, como se hizo con Canarias, sino de un asunto de Estado como es la política migratoria, donde lo que haga Cataluña tiene efectos dentro y fuera de nuestras fronteras. Por el otro, porque se abre la puerta a diecisiete políticas migratorias diferentes, una especie de Torre de Babel que sería un disparate. Además de un riesgo en materia de seguridad.

Añadamos a esto una cuestión de fondo: el fenómeno migratorio ha venido para quedarse. No hay más que mirar la realidad socioeconómica de África, gran parte del centro y sur de América. E incluso de Asia, como vemos con esos cayucos con pakistaníes llegando a las islas. Razón de más, por tanto, para que haya solo una sola política de Estado en materia migratoria; más aún, lo que hace falta es una política europea global. Lo no es de recibo es echarle en cara a la UE que cada país haga de su capa un sayo y que Sánchez dé por bueno ahora que Cataluña tenga también uno propio. Ya puestos a hablar de autonomías, ¿por qué se resuelve primero lo de Junts y todavía seguimos esperando por lo que reclama Canarias en materia migratoria?

Y desde el punto de vista de los partidos, una reflexión: ahora que se abre un nuevo escenario en el nacionalismo canario, uno se pregunta qué se podría conseguir en este momento de Sánchez si en lugar de un solo diputado de CC hubiera dos, tres, cuatro, cinco o más parlamentarios nacionalistas... Evidentemente para ese espacio político sería ideal, pero la pregunta es obligada: ¿y para el país, qué es lo mejor?