A cuentagotas, Donald Trump va desvelando los integrantes de su Gobierno. O más bien los candidatos, pues en Estados Unidos hay que pasar por una ... aprobación del poder legislativo, una especie de contrapoder que deja en parte de serlo cuando el inquilino de la Casa Blanca tiene mayoría en las dos cámaras, como es el caso. Pero siempre puede haber sorpresas.
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Medio mundo se está rasgando las vestiduras con los nombres que ha ido anunciando Trump, como si estuviese consiguiendo el imposible de superar el listón de la infamia que supone el propio presidente electo. Pero tampoco hay que sorprenderse. A fin de cuentas, la dinámica de las campañas en Estados Unidos funciona de la siguiente manera desde hace décadas: los que dan un paso al costado en la lucha por la candidatura presidencial se quedan esperando a ser compensados y, en paralelo, los que más dinero ponen en la campaña también marcan los días en el calendario a la espera de recibir la llamada para asumir un cargo.
Eso es lo que explica el ADN de los hombres y mujeres que ha elegido Trump. Así, si aparece entre ellos Robert Kennedy fue porque abandonó la carrera por la candidatura y se entregó a los brazos del magnate, otro tanto se puede decir de Marco Rubio, que pasó de despotricar de los modos de Trump para pedir el voto a su favor, mientras que lo de Elon Musk obedece a una dinámica empresarial al más puro estilo capitalista: el hombre más rico del planeta invirtió en Trump y ahora espera rentabilizar el capital entregado.
Insisto: no hay que escandalizarse tanto porque esto funciona así en Estados Unidos desde casi el principio de sus tiempos democráticos. No hay más que recordar los movimientos nada disimulados entre bambalinas del patriarca en su día del clan Kennedy hasta que logró que su hijo John Fitzgerald fuese candidato a la Presidencia y cómo después hizo caja con la elección presidencial.
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En Europa, por contra, los lobbys y las apuestas empresariales funcionan en las sombras. Todavía está pendiente de regular en España el trabajo de los grupos de presión, que abarcan todo el arco parlamentario: desde José Blanco hasta el también exministro Montoro o el propio Pablo Casado. Ellos y sus clientes también se mueven en los pasillos de las cámaras, consiguen que las puertas ministeriales se abran con facilidad y al final cuelan por ahí sus intereses.
Es otra forma de verlo: a lo bruto -o sea, como Trump- o a hurtadillas.
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