Hace cinco años todo cambió de repente. Para ser justos, lo veíamos venir: el impacto de la pandemia por covid-19 y la evidencia en ... aquel instante de que los contactos interpersonales eran un vehículo de transmisión, hacían prever un confinamiento total. Se cumplieron los cálculos y Pedro Sánchez compareció en La Moncloa para anunciar que tocaba encerrarse en casa.

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Fue un giro brusco de los acontecimientos y, visto con perspectiva, contribuyó de manera notable a que pudiésemos salir adelante. Como país, como sociedad, como colectivo y también desde el punto de vista de la supervivencia personal. Se podrá discutir si la arquitectura jurídica que dio amparo a la medida pudo ser otra, pero cuando caía aquel chaparrón de muertes y contagios, lo que urgía era hacer algo. Y se hizo lo que en todo el planeta. Cien días de confinamiento fueron cien días que ayudaron a que la ciencia pudiese ir más rápido en la toma de decisiones, porque estábamos en manos de los expertos en medicina para salir adelante.

Esto último, que parece de perogrullo, hay que repetirlo alto y claro cinco años después. Ya entonces se demonizó a los sanitarios, que eran los que más arriesgaban, pues para ellos no había confinamiento: les tocaba levantarse cada mañana e ir al centro de salud o al hospital a combatir cuerpo a cuerpo contra el enemigo invisible que era el virus. Lo hacían casi sin medios, exponiendo sus vidas y las de sus seres queridos. Es verdad que salíamos a los balcones al atardecer para aplaudir su esfuerzo, como el de otros colectivos, pero creo que eso no era suficiente para el riesgo que asumían y también la carga personal de sentirse mirados desde la desconfianza: muchos los veían como agentes transmisores de la covid-19 y también como los causantes del mal, pues se extendió que el virus se había 'descontrolado' precisamente por culpa de la ciencia.

Las campañas institucionales decían que íbamos a salir más fuertes de aquel combate si estábamos todos unidos. Con la perspectiva que da un lustro, cabe concluir que no fue así. Ni es España ni en Occidente.

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Porque en 2020 no solo vino un virus letal, sino que se instaló y se expandió otro: el que tiene forma de odio y se manifiesta con la revancha. Y a su lado otro tan o más grave: el de la desinformación. Este último, por cierto, sí que nació en un laboratorio: no es que los bulos lleguen porque sí, sino porque hay quienes los fabrican y expanden.

Cinco años después, esto es lo que hay.

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