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El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, fue recibido con todos los honores en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Primero, Donald Trump salió ... a la puerta de su residencia presidencial para darle la bienvenida, se hizo las fotos de rigor, lo llevó a la salita reservada al hombre con más poder del planeta, estrechó su mano, lo felicitó por su gestión y se deshizo en elogios por la colaboración en la lucha contra la delincuencia, incluyendo en ese concepto la inmigración irregular.
Bukele llegó al poder gracias, en gran medida, a un discurso muy beligerante contra la delincuencia. También lo hizo patrocinando las criptomonedas, pero el fervor por esas divisas se le ha pasado tras algunos tropiezos financieros muy caros para los que le hicieron caso.
Trump está feliz con Bukele porque cuenta con El Salvador como el gran penal al que enviar a los inmigrantes irregulares que hay en EE UU. Todo, por supuesto, por la vía expeditiva: sin juicio y con dudas sobre la compatibilidad de la medida desde el punto de vista de la protección de los derechos humanos, pero eso ya se sabe que es una minucia en estos casos y en estos tiempos (para muchos, pues no hay que ser ingenuos).
La fórmula de Bukele que aplaude Trump es la misma que Meloni se planteó con Albania y la que el Reino Unido pretendía aplicar en Ruanda. De hecho, otros países europeos han soñado algo parecido en Túnez, Argelia o Libia... y no hay que ir tan lejos: si somos sinceros, habrá que reconocer que el planteamiento de muchos gobiernos autónomos de esta España nuestra con la inmigración irregular pasa por convertir a Canarias en una cárcel dividida en ocho islas donde se hacinen los inmigrantes.
En el caso de El Salvador y en otros similares siempre me he preguntado qué es de esos reclusos cuando cumplen su condena. ¿Son devueltos a la sociedad mejores o peores de lo que entraron en prisión? ¿O es que se les encierra y se tira la llave? En la lógica carcelaria democrática anida el principio de la reinserción, pero cuesta pensar que eso es posible cuando uno ve las imágenes de esos reclusos hacinados.
Tal y como evolucionan los acontecimientos y las ideas que van calando, Bukele también cosecharía muchos votos en España. Se extiende en un segmento cada vez mayor de la ciudadanía que la mayor de las condenas es siempre la mejor receta para el delincuente, al margen de la gravedad de los hechos cometidos. Y la pena de muerte ya no es un castigo deseado por unos pocos. Es lo que hay.
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