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Por si fuera poco con lo que está pasando en este país, surge, cual Guadiana, el culebrón de la relación sentimental que mantuvieron hace la ... friolera de tres décadas el rey Juan Carlos I y la actriz y presentadora de televisión Bárbara Rey. Todo ello aderezado con un lío paralelo de esta señora con su hijo, con el consiguiente trasiego de unos y otros por las televisiones a vender sus cuitas.
Para que el lío sea completo, el escándalo estalla precisamente cuando voces amigas (se supone) del rey emérito habían filtrado que él estaba convencido de la necesidad de que salieran unas memorias suyas que, por lo que ahora vamos sabiendo, lleva tiempo preparando. El argumento es que Juan Carlos I estaba molesto porque le estaban «robando el relato» de lo que fue su contribución a la vuelta de la democracia a este país y que, como actor clave que fue en la Transición, creía preciso contarlo en primera persona para que quedase constancia para las generaciones venideras. Al margen de que no son muchos los precedentes de monarcas que cuentan sus vidas, está por ver si el emérito de verdad lo va a contar todo, porque a sus innegables luces hay que añadir otras sombras (como sucede con todo hijo de vecino).
¿Qué necesidad tenemos de que se aireen ahora los episodios relativos a su relación sentimental con Bárbara Rey? Para empezar, es evidente que allá cada cual con lo que haga de puertas adentro, pero otra cosa es que haya dinero público de por medio. Y si ese dinero se utiliza para satisfacer un chantaje por parte de Bárbara Rey, entonces estamos claramente ante harina de otro costal. Pero aún hay más: si las grabaciones hechas al monarca revelan cuestiones de interés nacional, entonces se acaba la necesidad del secreto y se impone la urgencia de que haya luz y taquígrafos. Lo digo por ese pasaje en el que Juan Carlos I elogia a Alfonso Armada por mantener su silencio pese a estar casi una década en prisión por su participación en la intentona golpista.
Ahora que la caja de Pandora se ha abierto, ya no vale cerrarla en falso. Es más, quien necesita que no quede nada por desvelar es precisamente la propia monarquía. Felipe VI y su hija mayor son seguramente los más interesados en que no haya ni una sombra de duda y que todo quede esclarecido, por muy doloroso que pueda resultarles y por muy vergonzoso que pueda ser para Juan Carlos I (que tampoco parece que sea el caso).
Y espero que los cortesanos que ayudaron a mantener un velo de silencio hayan aprendido la lección.
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