
Un albañil en la Canarias autoconstruida
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Les tocó asegurar que la Transición fuese pacífica en las islas y que empezara a existir un sentimiento de que aparcando cuitas insularistas se podía construir una Canarias más sólidaA las 00.38 entró el mensaje de WhatsApp en el móvil. La compañera de esta casa Bárbara Blanco alertaba del fallecimiento de Lorenzo Olarte ... y el jefe de Técnicos de Redacción Juan Manuel Mendoza se disponía a activar el mecanismo para el cambio de las páginas ya completadas de la edición impresa y de la primera página. ¿Valía la pena el esfuerzo a esa hora, cuando media Canarias ya dormía o se disponía a hacerlo y un puñado de carnavaleros estaba en el Puerto disfrutando del final del concurso de comparsas? Pues digamos que sí, que valía la pena dejar constancia de que se había ido uno de los protagonistas de esto que conocemos como la Canarias autonómica. Y también la Canarias que transitó de la dictadura franquista a la democracia con algún que otro traspiés pero con un balance claramente positivo. Las cosas como son.
Era una muerte esperada (en realidad todas los son, pues la única certeza de la vida es que llega un día en que se acaba) pero había que contarla. Pero sobre todo había que contar la vida, obra y algún que otro milagro (que le pregunten a Román Rodríguez, si no) de Lorenzo Olarte Cullen, el galllego de nacimiento y grancanario de sentimiento que un día hizo récord en campaña electoral al pisar las ocho islas en lo que va desde la salida a la puesta del Sol.
Esta Canarias que empezó siendo siete islas en dos provincias y una región, que más tarde se pasó a llamar Comunidad Autónoma y ya es estatutariamiente nacionalidad de primer orden constitucional es, en gran medida, un ejercicio de autoconstrucción política. Como esas casas que ayudaron al desarrollo de pueblos y ciudades del archipiélago dando lugar a una fisonomía singular. Una Canarias en lo que no hubo un gran arquitecto o urbanista que pensara y diseñara en solitario el modelo autonómico, sino que fue la conjunción de muchas manos y varias cabezas. Ni siquiera el Pacto de las Cañadas ató todos los flecos, pues se diseñó una cosa y después la realidad fue rehaciendo aquel dibujo.
En esa tarea de autoconstrucción, donde unos levantaban un muro, otros echaban un techo y algunos pintaban como Dios les dio a entender, Lorenzo Olarte fue un albañil de esos que, sobre todo, daban con una solución cuando aparentemente el problema era irresoluble. Con él estuvieron muchos más, cada uno de su padre y su madre en materia ideológica. La lista es larga pero no pueden faltar Jerónimo Saavedra, Manuel Hermoso, José Miguel Bravo de Laguna, Francisco Ucelay, Fernando Bergasa, Victoriano Ríos, José Carlos Mauricio, Antonio González Viéitez, Antonio Castro, Alfonso Soriano... y tampoco podemos dejar a quienes, desde el mundo económico, echaron una mano, como fueron los casos de Ángel Ferrera, Lizardo Martell y José Fernando Rodríguez de Azero, entre otros.
Les tocó asegurar que la Transición fuese pacífica en las islas y que empezara a existir un sentimiento de que aparcando cuitas insularistas se podía construir una Canarias más sólida. Pero también les tocó el reto de tomar una decisión crucial:¿queríamos seguir siendo un territorio casi extracomunitario en una España que se abrazaba a Europa o aparcábamos ciertas singularidades a cambio de garantizar un trato fiscal y económico acorde al sobrecoste de la lejanía y la insularidad?
Ese debate no fue precisamente sereno. Hubo tensiones, pulsos y hasta manifestaciones. E incluso hubo la primera amenaza en democracia de aplicar el artículo 155 a una autonomía. Lorenzo Olarte lo contaba como quien relata un cuento a un nieto pero es que fue así. Muchos años después, cuando los críticos acontecimientos de Cataluña en 2017, se recordó aquel episodio y se puso en valor lo que sucedió entonces.
¿Pero por qué tuvo tanto protagonismo Olarte? Seguramente porque vio venir lo que iba pasar y apostó a caballo ganador. Esa apuesta pasó por ir de la mano de Adolfo Suárez, alguien que, como él, había sido elegido por otros bajo el régimen franquista pero que también como Suárez sabía que solo había futuro asumiendo que la democracia debía ir en serio.
Su amistad con Suárez no fue un invento. Existió, le abrió las puertas del poder en Madrid y lo convirtió casi en embajador plenipotenciario de Suárez en las islas. De aquella estrecha relación con el primer presidente de la democracia fueron testigos, entre otros, José Juan González Batista y Juan Francisco García González, pero sospecho que hicieron voto de silencio al respecto.
Dotado de una habilidad para estar en todas las salsas y para encontrar una salida cuando el callejón parecía no tenerla, Lorenzo Olarte protagonizó dos momentos que entran por derecho propio en la historia política de Canarias:la única cuestión de confianza hasta la fecha presentada y que acabó con la salida de Fernández de la Presidencia del Gobierno y su ascenso al frente del Ejecutivo, y el conejo de laque se sacó de la chistera cuando entre la Agrupación Tinerfeña de Independientes y José Carlos Mauricio le cerraron la puerta a ser candidato en 1999. Entonces apostó por un joven y poco conocido Román Rodríguez y este salió ganador: pero el revés de esa moneda es que supuso el principio del fin del ciclo de Lorenzo Olarte. Porque entonces la política en su Gran Canaria ya pasaba por otros actores.
En el balance también hay que dejar constancia de que no anduvo muy fino al confeccionar banquillo: a su sombra prosperaron un puñado de hombres y mujeres que parecían sus delfines políticos pero que más pronto que tarde le dieron la espalda o lo dejaron solos. En eso le pasó como al César de Shakespeare, pues Olarte pudo mirar a los ojos a muchos Brutos que lo apuñalaban. Sobra poner nombres: casi todos son conocidos y seguramente los que así se comportaron lo llevan en su conciencia (o lo que quede de ella).
Los aciertos, como los errores, son parte de la condición humana y Lorenzo Olarte los tuvo. Como todo hijo de vecino. Viendo este sábado el féretro con sus restos mortales en el salón de las ruedas de prensa del edificio de Presidencia, con dos agentes de la Policía Canaria rindiendo honores de manera permanente, uno quiere pensar que se hace justicia.
Pero sobre todo creo que hay que hacérsela a esos albañiles que seguramente no eran conscientes, en aquel ejercicio colectivo que fue autoconstruir la Canarias que hoy disfrutamos, de lo que hacían y de que cada uno aportaba un bloque al edificio común que nos acoge. En la arquitectura medieval era habitual que cada maestro albañil dejase en algún lugar una huella de su obra. Igual un día encontramos en Canarias un ladrillo con las siglas LOC.
Descanse en paz.
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