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En los confusos tiempos que corren, después de un concienzudo trabajo de décadas encaminado a desarticular todo tipo de pensamiento propio en Occidente, la masa ... humana se mueve como una jangada de troncos arrastrados por el río, que unas veces se acelera con la llegada de afluentes como la revolución tecnológica que nos ha llevado a la instantaneidad, otras desacelera con el rechazo de esa corriente en el delta de la desembocadura y que acusan de desfasada, y otras muchas parada, ya que parecen haber conseguido que las masas no tengan sosiego para elaborar un pensamiento propio. La verdad y la mentira se desconfiguran y la inteligencia artificial, que es un instrumento tecnológicamente maravilloso, puede decirse que ha nacido bajo sospecha, porque, utilizada de mala fe, hace imposible establecer los límites de la realidad y la manipulación.
En este campo de cultivo en el que cualquier cosa puede crecer (o no hay manera de que nada crezca), con una complejidad inabarcable, resulta que todo se resuelve dialécticamente con propuestas, argumentos y soluciones muy simples. Y como ya no hay entrenamiento general para generar una opinión propia, los grupos sociales creen seguir la idea correcta, algo que se vende como ideología y que, a menudo, se diferencia de otras en algo tan volátil como un liderazgo, o el rechazo a otros liderazgos, cuyos argumentos consisten en decir que no a cualquier cosa que diga otro, o a culpar al otro de lo que sea, con lo que no hay una propuesta; cuando la hay, caduca a la semana siguiente de las elecciones.
En pleno proceso de la Revolución Francesa, la Asamblea Nacional se reunió para tratar qué poderes se le quitaban al rey absoluto. Los que querían quitárselos todos (claramente republicanos) se colocaron a izquierda del presidente de la cámara, y los que intentaban mantener la monarquía, aunque solo fuese con funciones representativas se pusieron a la derecha. La continua cita en periódicos, mítines y arengas (derecha e izquierda, mera descripción de su lugar en la sala) es el origen de lo que, hasta el día de hoy, se conoce como derecha e izquierda política. Pero, claro, esa simplificación vale para mover masas en el griterío, pero es poco efectiva a la hora de hacer avanzar una sociedad. En principio, aquella derecha predicaba el conservadurismo (monarquía, religión, poder económico de la alta burguesía…), mientras que la izquierda quería una mayor justicia social y una disminución de la pobreza. Está claro que, cada cual se alineaba según sus propios intereses, pero, como dije, cuando una encrucijada compleja se trata de resolver con soluciones simples, nunca funciona.
Lo ocurrido en los dos siglos y medio siguientes ya lo conocen. No hay una sola derecha, como tampoco hay una sola izquierda, son tantos los matices que se pierde una población poco instruida en asuntos políticos. El liberalismo es considerado derecha en Europa, mientras que en Estados Unidos se ve como izquierda. Cada una de estas corrientes tiene su catálogo de ideas, pero ya sabemos que la ambigüedad prima en las normas, y, al final, vemos a docenas de personas que se han profesionalizado en la política y ni ellas mismas saben lo que piensan, y actúan según les convenga para estar en el poder o lo más cerca posible de él.
Así, en esta polarización interesada, cualquier asunto que pretenda quitar privilegios a los que siempre los han tenido, para avanzar hacia un mundo más justo, se la tacha de comunista o incluso anarquista (que es un disparate conceptual porque el anarquismo no cree en el Estado), y para los que se consideran de izquierdas pata negra, cualquier matiz
que no se ajuste al discurso imperante pone a funcionar acusaciones de revisionismo o parecidas. Y esa es otra, como no hay formación política (ni Dios lo permita, porque la gente se pone a pensar por su cuenta), llaman comunista a un socialdemócrata y fascista a un conservador. La socialdemocracia y el comunismo casan muy mal, como tampoco la derecha más dura es fascismo. Es que el fascismo de hace un siglo nada tiene que ver con el nazismo y ninguno de los dos con el nacionalcatolicismo. Esos supuestos comunistas o fascistas son simplemente populistas, y los hay de la supuesta izquierda como los peronistas argentinos y, desde luego, Milei no es fascista. Aunque las corrientes con tendencia al control absoluto son veneno para la democracia, el problema es que sin más proyecto que le negación del otro, sí que es una buena siembra para que surjan corrientes totalitarias, que confunden el Estado con una sola idea, y eso ya sí que nos haría retroceder cien años.
Con el debilitamiento de la democracia en Occidente está pasando como con el cambio climático. Hay datos objetivos que pueden hacer pensar que esta autodestrucción en todos los órdenes se puede parar, pero el planeta parece haberse vuelto loco. La muestra está en el gabinete que está eligiendo Donald Trump, un gobierno ideal para un chiste: un antivacunas para Salud, un petrolero para Energía, un agitador ruidoso para Justicia, un partidario de la intervención militar exterior como Secretario de Estado y suma y sigue; es como poner a la zorra a guardar el gallinero.
Por eso la palabra ideología, como otras muchas, ha perdido su significado; le preguntas a alguien por qué va contra o a favor de un supuesto proyecto político y su respuesta puede ser cualquiera, carente de argumentos reales: porque hay que echar a Fulano, porque España es para los españoles o porque sigue a un unicornio invisible. Lo triste es que España esta vez ha sido pionera en este desmadre occidental. Algo parecido contaba Galdós en el siglo XIX, y seguimos igual. Franco y el nacionalcatolicismo (el franquismo no es una doctrina política, es arribismo) fueron un horror histórico para España, pero nada nuevo inventaron, se limitaron a aplicar la cerrazón, la avaricia y la crueldad que se venía entrenando desde y contra Las Cortes de Cádiz (1812).
Aquí, ni fascismo, ni socialcomunismo ni mensajes de planetas lejanos, lo que sigue imperando en España (y en Canarias con especial rigor) es un populismo voraz que se ve incapaz de ocultar que estamos en la versión caciquismo-punto-3 (cqm.3). El 1 fue el feudalismo tardío, el 2 latifundistas y acaparadores, y el de ahora el de los ultracapitalistas. ¡Ah, me olvidaba! Buen escenario para el Carnaval el del parque del Estadio Insular, y cuando corten los árboles para instalarlo va a quedar niquelado. ¿Por dónde iba? Ah sí, caciquismo, o el unicornio invisible.
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