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Este artículo está escrito en la noche del 24 de febrero, por lo que espero y deseo que el Papa Francisco vaya mejorando. Lo que ... sí es imposible de parar son las especulaciones sobre su posible sucesión, porque está muy enfermo y tiene 88 años, y porque no sería nada nuevo que renunciara por su estado de salud, pues ya su antecesor se encargó de establecer la posibilidad de dimisión, que, aunque siempre fue posible, llevaba siglos sin que eso ocurriera. Es que ahora resulta muy complicado mantener el tipo ante todo el planeta cuando la salud hace estragos, porque la capacidad de información es enorme. Antaño, pontífices muy enfermos como Pío XI podían permanecer en cama durante meses, porque sus apariciones siempre eran escasas, casi siempre con ritos como la Navidad o la Semana Santa, y esto se resolvía con un pie de foto, y más antes ni eso. Había lugares en La Tierra donde se enteraban de la muerte y sucesión de un papa meses, e incluso años después de que aconteciera. Ahora es instantáneo.
El último papa que pudo esconder su frágil estado de salud fue Pío XII, ya que la muerte de su sucesor Juan XXIII fue rápida, y cuando ya casi no podían moverse lo solucionaban con la silla gestatoria. Pablo VI aguantó bien el tipo, aunque también tenía en sus últimos años muy mala salud, pues ha sido uno de los más senectos en ocupar la silla papal. Recuerdo que, en mi niñez, fallecieron los dos primeros pontífices mencionados, y con la connivencia católica que había en España durante la Dictadura, se vivía como una catástrofe universal, con las casas con crespones negros en ventanas y balcones, la suspensión de cualquier acto social, fuese conferencia, baile o conmemoración, y podía escucharse a todas horas la radio emitiendo música sacra (los que entonces tuvieran radio, claro). Vamos, un festival. Y esta severidad marcaba sobre todo a los niños, porque tampoco había clases hasta que no recibiera sepultura el pontífice. Para los niños esto podría haber sido una fiesta, pero es que incluso te llamaban la atención si se te ocurría cantar, silbar o simplemente hablar en voz muy alta. Era un luto se diría que ideado por el guionista de una película de terror.
Todo fue distinto cuando, ya a finales de los años setenta, murieron dos papas en mes y medio (a 1978 lo llaman el año de los tres papas), y ya, con las noticias televisivas pensadas como espectáculo, vivimos en primera fila dos lutos papales y dos cónclaves. Y en eso llego Wojtyla, el papa polaco, que formó parte de los tres mosqueteros, (con Reagan y Margaret Thatcher), y liaron a Gorbachov como D'Artagnan. Desmontaron el quiosco de la paz armada que llamaron Guerra Fría y empezó una nueva era en la que las deslocalizaciones, la globalización y el ultraliberalismo nos han llevado hasta aquí. Desde Los Borgia, no ha habido un papa con tanta incidencia en el devenir del planeta.
Nada más llegar, con sus dotes de actor y su sonrisa espléndida, el jovial y deportista Juan Pablo II se salía de la severidad y el comedimiento tan vaticanos, y se atrevía a todo, hasta a llamar la atención en público a un hombre entregado a los demás como el sacerdote y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, al que le faltó abofetearlo en el aeropuerto de Managua durante su visita papal. Cuando cayó el Muro de Berlín, Juan Pablo II se envalentonó definitivamente, y dejó campar a sus anchas congregaciones peculiares, por llamarlas de alguna manera. Y su influencia pesaba porque se convirtió en una estrella mediática, que nada decía sobre asuntos tan tristes como la pederastia o muertes tan significativas e injustas como las de Monseñor Romero o los jesuitas del Padre Ellacuría. Por el contrario, dificultaba el trabajo de figuras tan consagradas a los demás como el obispo Casaldáliga. Y ahora es santo.
Luego su salud se deterioró, y la última etapa de su pontificado fue un continuo exhibicionismo del dolor, un hombre muy enfermo, con escasa movilidad y palabra ininteligible, arrastrado por el Sacro Colegio, que lo hizo aguantar lo que no es ni lejanamente humano. Y siguió, y batió récords de permanencia, sostenido por las fuerzas vivas vaticana capitaneadas por el Cardenal Ratzinger, quien, ¡oh sorpresa! Le sucedería en el trono papal. Ahora no se puede ocultar nada sobre el Papa, hay una cámara siempre filmando, y el propio Benedicto XVI dimitió porque no quiso ser el mono de feria del cruel exhibicionismo que la Curia Romana (entre ellos él mismo) decidió para su antecesor. Dimitió y llegó Francisco, que parecía traer nuevos aires, pero ya se sabe que un hombre nunca puede cambiar un sistema bien engrasado, como Obama no pudo cambiar a Estados Unidos y, desde luego, Francisco se ha topado con un muro, de mármol de Carrara esculpido por Bernini, pero un muro infranqueable.
Luego nos vendrán con el manoseo de las profecías de San Malaquías sobre los papas, que insignes teólogos han desautorizado durante los últimos tres siglos, o los trabalenguas de Nostradamus, que pueden significar lo que a uno mejor le parezca. Caramba, si tienes dotes proféticas, haz como los profetas del Antiguo Testamento, que decían exactamente lo que iba a ocurrir, sin trampa ni cartón, y dices cosas como qué equipo ganará la Champion, con quien será la final y los nombre de los goleadores y minutos de los goles. Todo lo que se venda como esotérico es directamente un fraude (no olviden que Dante, en su Divina Comedia, situó el fraude como el pecado más grave, en el noveno círculo del infierno, peor que el asesinato, el robo o la traición). Lo hemos visto mil veces, pues no se acabó el mundo en 1960 como decían que anunciaba la tercera carta de Fátima, ni nos machacó el cometa Halley en 1985, ni ocurrió nada terrible al doblar la esquina del milenio, ni se acabó el mundo en 2012 según el calendario maya, ni luego en 2020 cuando falló la primera previsión. Ahora, el meteorito se anuncia para 2032, ya empieza a sobrar un papa de la lista de San Malaquías y lo único que puede destruir el planeta es la tozudez, la avaricia y la locura de los humanos. Y desde luego, deseo que el papa Bergoglio se recupere y esté en paz.
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