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La oposición a Sánchez ha extendido la opinión de que unas nuevas elecciones perjudican gravemente a España. No es así. Lo que los españoles tienen que resolver de forma inmediata es el bucle político en el que estamos instalados desde hace tres años para dar estabilidad a un gobierno que no dependa de los independentistas, de radicales o de fuerzas nacionalistas que poco o nada tienen en su agenda en interés del país.
Es verdad que Sánchez está actuando de forma interesada y alimenta la espiral del bloqueo. Lo está haciendo desde que ganó las elecciones y comprendió que sólo bastaba aguantar para resolver el jeroglífico dibujado. Por eso, y por algo más, ha puesto todos los reparos posibles a un pacto con Podemos y obviado a los independentistas. Ambos, Podemos e independentistas, buscan la debilidad de un gobierno y tener a Sánchez en sus manos; un gobierno débil al que puedan chantajear. Por eso Sánchez escenifica rondas de contactos con la sociedad civil que nada tienen que ver con la situación política, y por eso sólo se deja ver en pasarelas de la Unión Europea.
Para el presidente del Gobierno en funciones la situación es inmejorable. Su principal rival político por la izquierda, Podemos, está en caída libre y con un conflicto interno latente que puede estallar en cualquier momento. El independentismo está callado para favorecer ese gobierno, pero desangrándose en Cataluña entre las distintas facciones.
Por la derecha el panorama no podía ser más sombrío. El PP que no termina de recuperarse del mazazo electoral desangrado por Ciudadanos y Vox. El PP intenta ahora fórmulas para llevar a su seno a toda una amalgama de partidos en el experimento de “Suma” que tan buenos resultados tuvo en Navarra. Pablo Casado, que ha liquidado dentro del partido a la oposición, no termina de cuajar en su liderazgo, ni dentro, donde los enemigos son mayoría, ni fuera, donde la opinión pública no termina de darle el aprobado por la escasa confianza que suscita.
Ciudadanos ha terminado por defraudar a todos. A los sus votantes y a los suyos. Rivera se obsesionó con ser el líder de la derecha sin tener el bagaje y las armas suficientes. En un partido del que se esperaba flexibilidad para ser la solución a los problemas de España sólo se ha encontrado cerrazón y oportunismo que le ha llevado a claudicar de algunos de sus principios. La sangría que ha sufrido Ciudadanos, los errores estratégicos, como sacar de Cataluña a Arrimadas, y la inflexibilidad de su líder ha terminado por minar su credibilidad, comprometida ahora en una nueva contienda electoral.
De Vox poco más se puede decir. Alcanzó su techo en las últimas elecciones y sólo le queda el discurso de la ultraderecha más montana. Su presencia en el Congreso de los Diputados y el Senado los ha obligado a salir de la ambigüedad calculada en la que se mantuvieron públicamente durante la campaña electoral. Sólo les queda caer.
Todo beneficia a Sánchez, pero es posible que estas circunstancias también beneficien a España. Sin nadie en la derecha preparados para volver al poder, unas nuevas elecciones los españoles pueden dar al PSOE una mayoría menos conflictiva a la que ahora pueden acceder y al país la estabilidad que necesita para afrontar los retos de un nuevo bache económico cuyos indicadores ya están a la vista. Al margen de consideraciones ideológicas, la situación en la que estamos desde hace tres años, primero con Rajoy y ahora con Sánchez, -con un gobierno atado de pies y manos y sin presupuestos-, es, sencillamente, insostenible.
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