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Como esta semana toca hablar de desastres, para no seguir con los naufragios de nuestra clase política, les cuento que hace unos días acudí en Arucas a un acto de memoria y homenaje a los náufragos del vapor Valbanera, que se hundió al anochecer del 9 de septiembre de 1919 frente al puerto de La Habana. Los canarios lo tenemos como nuestro Titanic particular, porque en su hundimiento murieron casi medio millar de emigrantes isleños. Por lo tanto, las diferentes listas de fallecidos que se han encontrado no pueden ser exactas por esta y otras razones. En una parte en leído que el vapor de la naviera Pinillos desplazaba 5.000 toneladas, en otra que 12.000, y también hay distintos números referidos a su tamaño, pero en cualquier caso era un barco demasiado pequeño para los desafíos que acometía, pues hacía rutas larguísimas desde Barcelona a Argentina o bien al Caribe, como era el viaje en el que naufragó.

Concretar los nombres y aun el número de personas es complicado, pues el barco tenía capacidad para 1.200 pasajeros, pero dicen los entendidos que seguramente viajarían más, porque posiblemente también había polizones. También habría que ver de qué listas hablamos, porque su ruta funcionaba como una guagua, pues salía de Barcelona, tocaba puertos españoles peninsulares del Mediterráneo y el Atlántico (variaban, pero siempre dos o tres) y luego saltaba a Canarias, donde recogía o dejaba pasaje en distintas islas. En su último viaje, cargó en el Puerto de La Luz, en Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma, para luego seguir su ruta hacia San Juan de Puerto Rico, Santiago de Cuba y La Habana, si bien el destino final estaba previsto en Galveston (Texas), después de haber tocado Nueva Orleans. Saber en qué momento de la ruta cuántos y quiénes viajaban no es sencillo.

Si combinamos la desatada imaginación de los indianos y la falta de datos concretos, sobre el naufragio del Valbanera se han contado historias del género fantástico, como que desde el Malecón de la Habana vieron salir el barco volando hacia los cayos de Florida, donde los restos del vapor quedaron esparcidos en cientos de kilómetros cuadrados de Caribe. Como muchos de estos relatos no se contrarrestaron con informes serios, las décimas espinelas y las charlas de café fueron creando una mitología que hoy sabemos que es falsa, aunque resulta interesante para ver hasta dónde podemos torcer la realidad y la capacidad del ser humano para creer cualquier cosa que le suene bien al oído. Tratar de centrar sin datos esa realidad es tarea inútil, aunque cada uno de estos mitos se puede rebatir con razonamientos lógicos. Para empezar, he visto en supuestas investigaciones muy serias que el barco fue construido en Glasgow (Escocia), mientras que otros hablan de los astilleros de Belfast (Irlanda del Norte) donde fue construido el Titanic.

Pero es cierto que, sin saber qué ocurrió, se puede deducir qué no ocurrió. Unos hablan de un huracán de fuerza 5, el máximo, como el Katrina, pero a la vez se cuenta que un pequeño guardacostas de la marina norteamericana vio el naufragio, y no se entiende cómo un barco, por muy militar y acerado que sea, de tamaño incluso menor que el Valbanera, fuese espectador del episodio sin sufrir daño. Por otra parte, si el huracán era de semejante potencia, no creo que los habaneros pudieran estar tranquilamente en el Malecón contemplando el vuelo del barco (en el relato, solo falta el mojito), y si era una tormenta tropical menos poderosa no tendría fuerza para levantar en peso la nave, romperla en trocitos y llevárselos luego volando hacia Florida.

Poco a poco, investigaciones rigurosas más recientes, casi siempre fruto del voluntarismo porque oficialmente aquello quedó cerrado hace un siglo, han ido poniendo datos donde antes solo había especulaciones y relatos fantásticos. Se sabe que entre los náufragos había al menos 488 canarios; el resto, hasta más de 1.200, serían andaluces, levantinos, catalanes o de tierra adentro de La Península, aparte de viajeros que regresarían a los puertos de Louisiana o Texas que estaban en la ruta. Lo que sí parece claro es que era un barco repleto de gente que viajaba hacinada en busca de una vida mejor, huyendo de la miseria que la segunda década del siglo XX cubría gran parte de España, especialmente Canarias, con una sequía terrible en varios años sucesivos como nunca se ha vuelto a ver, y con la actividad comercial y portuaria a ralentí a causa de la I Guerra Mundial.

Si tan poco se han ocupado de aquella gran desgracia que el 9 de septiembre cumple un siglo es porque fue un naufragio de pobres, pues finalmente murieron aproximadamente las mismas personas que en el mil veces evocado Titanic, sobre el que hay bibliotecas, filmotecas, hemerotecas y hasta museos temáticos, y la explicación es que aquel fue un naufragio de millonarios, aunque en tercera clase también viajaran pobres emigrantes. La comparación entre el tratamiento de ambos naufragios debería sacarnos los colores, y por lo menos en Canarias se recuerda con cariño y respeto a los fallecidos, como extensión del sufrimiento y el esfuerzo que significó la emigración primero a Cuba y luego a Venezuela de los canarios. Es que en otras comunidades, que también aportaron vidas y desesperación al Valbanera, ni siquiera existe memoria de aquellos otros 800 náufragos.

Y ese es un asunto que me ocupa y preocupa desde que escuché un dato que desconocía, que consta en varias investigaciones y a la vez se contradice con otros documentos supuestamente fiables. Se dice que, cuando el capitán vio que el huracán iba en serio, ordenó que todo el mundo entrase y que se cerraran puertas y escotillas para así tratar de mantener a salvo a la gente y al barco. Es obvio que de nada sirvió. Si fue así, el Valbanera permanece hundido sobre un banco de arena, cerrado y con los cuerpos de la tripulación y el pasaje dentro. No está a cuatro a cinco kilómetros de profundidad y abierto a todas las fuerzas del mar como el trasatlántico de los ricos, el Valbanera está a solo 12 metros, bien cerrado, accesible con los medios que hoy existen; hasta hace un par de décadas, en bajamar sobresalía del agua uno de sus mástiles. Hay que decir que, otra fuente asegura que los buzos encontraron el barco diez días después de su naufragio y no había rastro de personas. Y es que en este asunto nunca se sabe dónde está la línea definitiva de la verdad.

Proclamamos continuamente respeto para los cuerpos de los migrantes africanos fallecidos en nuestras costas y eso nos honra; ¿no merecen el mismo respeto nuestros paisanos que, también empujados por la miseria, murieron en aquel viaje y permanecen en un gran ataúd de acero a solo 12 metros de profundidad? Si fuese cierto que los restos humanos siguen allí, ¿no habría una obligación moral de rescatarlos por parte de los gobiernos español, cubano, norteamericano y de las comunidades autónomas de las que procedían aquellos más de 1.200 náufragos? Es verdad que ha pasado un siglo, pero la dignidad no tiene fecha de caducidad. Claro, que, viendo el hundimiento general de quienes se dedican a la política, temo estar predicando en el desierto, porque demuestran saber más de naufragios que de dignidad.

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canarias7 El Valbanera y otros naufragios