El pasado viernes, de nuevo con secretismo, nocturnidad y alevosía, representantes del Partido Socialista y de Junts se sentaron en Suiza, con una vergonzante mediación ... internacional incluida, para intentar reconducir las relaciones parlamentarias y garantizar el apoyo del independentismo catalán a las políticas de Pedro Sánchez. El encuentro se produce en vísperas del debate, en esta semana entrante, de la propuesta presentada -y después retocada- por Junts en el Congreso instando a Sánchez a presentar una cuestión de confianza en las Cortes.

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Se trata del enésimo pulso del partido del prófugo Carles Puigdemont al presidente débil de la historia de la democracia española. Los siete votos de Junts son determinantes en el Congreso y, sabedores de esa posición de ventaja, Junts exprime al máximo al presidente y a su Gobierno. Una presión que gana peso ante la firmeza con que Junts ha tumbado en varias ocasiones proposiciones de ley del Gobierno -como sucedió con el intentó de modificar la legislación en materia de extranjería- o incluso impidiendo la convalidación de reales decreto.

Tras conseguir la aprobación de la amnistía, que sigue pendiente de su validación o anulación por el Constitucional y de lo que determine la Justicia europea, Puigdemont ha continuado pisando el acelerador de la humillación continua a Sánchez. Y el Consejo de Ministros se ha ido plegando a los deseos de Puigdemont, que ansía incluso una reunión con el presidente del Gobierno. Esa cita, que probablemente se produzca más pronto que tarde, colocaría muy alto en el listón de la indignidad presidencial.

En el asunto migratorio, que es especialmente sensible para Canarias, Junts exige el control absoluto de esa competencia, lo que quebraría el principio de que se trata de una política de Estado y que, por tanto, debe estar en manos del Gobierno de España.

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En su huida hacia adelante, Sánchez está demostrando que no le importa ser un títere en manos de Puigdemont. Ahora, cuando España y toda Europa se enfrenta a desafíos mayúsculos con el giro de 180 grados que ha dado Donald Trump a las políticas de Estados Unidos, el presidente español debería tender puentes sólidos con el principal partido de la oposición para fijar posiciones en la UE y respecto a Washington. Pero Sánchez no va más allá de Waterloo y Suiza. Su mandato nació contaminado por Puigdemont y acabará cuando el prófugo entienda que ha dejado de serle útil.

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