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Después de asestar un golpe en el tablero de la geopolítica mundial con su acercamiento a Vladimir Putin y la reprimenda en público al presidente ... de Ucrania, Volodímir Zelenski, Donald Trump dio un giro de 180 grados a las reglas del juego comercial con la imposición de aranceles a casi 200 países, incluyendo entre los más castigados a quienes hasta la fecha eran los aliados tradicionales de Estados Unidos. Lo hizo, además, partiendo de unos cálculos que poco tienen que ver con la realidad arancelaria y con el riesgo evidente de perjudicar a sus ciudadanos, sometidos a la previsible espiral inflacionista que se deriva de grabar las importaciones en un país que no es autosuficiente.
La reacción inmediata de los mercados fue tan contundente que Trump acabó dando marcha atrás. Así, pasó de decir que los países afectados por los aranceles le «estaban besando el culo» -afirmación impropia de su cargo y más aún habiendo sido ya presidente-, a congelar los gravámenes ante la evidencia de sus cálculos económicos eran tan disparatados que se estaban convirtiendo en un tiro en el pie de la economía de EE UU.
En el caso de la Unión Europea, la primera reacción ha sido de preocupación pero acompañada de templanza. La Comisión Europea ha abogado por retomar el diálogo pero en paralelo ha preparado medidas para devolver el golpe recibido, actuaciones que, sobre todo, pretender servir de paraguas para los sectores más afectados.
¿Y cuál ha sido la respuesta de España? Apenas 24 horas después de comparecer Trump en la Casa Blanca, lo hizo Pedro Sánchez en Madrid con un supuesto plan de choque que era en gran medida la recopilación de medidas que ya habían sido anunciad as previamente. Acto seguido, dijo que el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, abriría una ronda de contactos con los grupos parlamentarios para recabar su apoyo a ese paquete de actuaciones. Pero lo cierto es que primero llevó el plan al Consejo de Ministros y lo aprobó, de manera que la pretendida negociación ya nacía viciada.
Fue otro episodio de precipitación y también de soberbia: un presidente con apoyos parlamentarios tan frágiles -y en muchas ocasiones en clara minoría- debería haber descolgado el teléfono la misma noche del anunció de Trump para recabar la colaboración del líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. Solo desde una mayoría parlamentaria sólida es posible articular medidas que impliquen, además, al conjunto de las autonomías. Porque ahí radica otro fallo de Sánchez: la gravedad del anuncio de Trump justificaba la convocatoria urgente de la Conferencia de Presidentes, además de sentarse con los líderes de las organizaciones empresariales y sindicales.
A eso hay que añadir que la capacidad de maniobra de un Gobierno con los Presupuestos Generales del Estado en situación de prórroga indefinida queda muy mermada. Y más complicado es para Sánchez ahora el escenario presupuestario porque debe conjugar el coste de las medidas de choque contra los aranceles con el compromiso ante la OTAN de aumentar el gasto militar y, en paralelo, las presiones de Sumar, Podemos y los nacionalismos soberanistas para que incumpla ese incremento en el capítulo defensivo.
Esa cadena de errores se vio incrementada y agravada con un viaje a China absolutamente inoportuno. Abrir nuevos mercados es siempre conveniente, pero hacerlo en plena guerra arancelaria con uno de los países en conflicto con EE UU es jugar con fuego diplomático y comercial, a lo que se une el hecho de que Sánchez parece olvidar que no preside la Comisión Europea, de manera que no está legitimado para hablar en nombre de la UE.
Para cuadrar todo eso no hay otra opción que un Gobierno sólido, que es precisamente lo que falta en España. O al menos un presidente que, ante su debilidad, tienda puentes con quien puede garantizarle una mayoría para encarar los retos de Estado. Al órdago de Estados Unidos no se le puede contestar con fuegos de artificio, carencia de Presupuestos y unos aliados interesados en sacar tajada para sus intereses territoriales o judiciales, y no en defender lo que precisa el conjunto del país.
Si hasta hace unos días la situación de Sánchez, con apoyos parlamentarios inciertos y con numerosos casos de presunta corrupción cercando La Moncloa y al PSOE, rozaba lo insostenible, tras el desafío lanzado por Estados Unidos se hace urgente acabar con el desgobierno. Ante los aranceles, difícilmente puede liderar la batalla quien tiene que explicar el papel de su esposa en el rescate de Air Europa o si estaba o no al tanto de cómo su exministro y número dos del partido, José Luis Ábalos, había convertido presuntamente los ministerios en la agencia de empleo de su particular harén.
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