
Inventario de nostalgias
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Inventario de nostalgias
Nos falta su vozLa vieja caverna del Cuasquías, en la que estos días se abre hueco para el orden funcionarial de los que fichan a la entrada y ... la salida de su jornada laboral, recuperó el sábado durante un suspiro el espíritu de los tiempos en los que en sus salas las horas se medían con relojes sin minutero y el sol deslumbraba a los vampiros que abandonaban sus vísceras con el nivel de contaminación en sangre superando, en mucho, todos los parámetros respetables para la sociedad falsamente enseñorada de sus calles aledañas.
Allí se despidió una vez más, en este funeral perpetuo al que el amor y el respeto nos obligan, a un hombre de letras. A un maestro de la vida. A Alexis Ravelo, personaje inigualable al que esta ciudad que tanto contó le debe todavía una entrada destacada en su callejero.
La voz cálida y abrumadora de Beatriz Alonso, que caminó con pasos sedosos sobre las notas pulsadas por Javier Cerpa y Cristóbal Montesdeoca, puso en su sitio los granos de arena que indican que esta época se ha dado la vuelta. Y que, como en la quinta de Eladio Monroy, estamos en el peor de los tiempos. En el que nos falta su voz, siempre crítica y documentada. Dogmática a veces, cuando el ron prendía la llama en la caldera de un hombre apasionado que hubiera dado todo lo que tenía por hacernos felices sin saber, probablemente, que su objetivo había sido conseguido.
Y doy fe de que lo hizo. Por eso lo echamos de menos con la dimensión de lo irreparable. Ese fue el tránsito inevitable en el que nos embarcamos los que abordamos el Cuasquías por la orden certera de Antonio Becerra, Carlos Álvarez y, por supuesto, Thalía Rodríguez. Porque compartimos el cobijo que aquella voz ostentosa nos proporcionaba y que, de alguna manera, encontré de nuevo en los viejos folios que Beatriz guardaba en su carpeta, garabateados por el pirata ausente en cualquiera de aquellas extinguidas noches de serenata.
Recuerdos que bien podrían incorporarse a la exposición que estos días decora la Biblioteca Insular de Las Ranas, paredes que hablan para mostrarnos a la persona antes que a sus textos. La construcción de un gigante.
Te echamos de menos, Ravelo. Como el amigo que fuiste. Pero también como el observador infalible que sabía poner el tono y las palabras necesarias para convertir nuestro desencanto en rabia. La necesaria para tenerte siempre presente y recordar que vale la pena mojarnos por aquello en lo que creemos. Y por aquellos a los que queremos.
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