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Anna!, exclamó su madre desde el coche que le esperaba para llevarla de vuelta a casa. Habían sido unas maravillosas vacaciones familiares en Baviera y, ... para Anna, subir a ese coche suponía poner fin a un período estival de felicidad que, por unas y otras razones, jamás olvidaría…».
Transcurridos 42 años desde que, en 1982, se aprobara nuestro Estatuto de Autonomía, celebramos la festividad por antonomasia de nuestro archipiélago: el Día de Canarias. Celebración que vertebra nuestro espíritu isleño, en esta ocasión al son de cual melancólica malagueña canaria ante este turbulento contexto político, institucional, social y económico en el que estamos inmersos.
Un contexto global zarandeado por conflictos de toda índole: desde bélicos irracionales, hasta migratorios causados por hambrunas, desertización, terrorismo o nuevas formas de usurpación y de colonización industrial. Desde sociales, por falta de empleo o viviendas; hasta económicos, consecuencia de desmanes inflacionistas. Sin olvidar las negativas consecuencias del cambio climático. Y si dudan sobre esto último, pregunten a pueblos enteros en Grecia.
Situaciones que, por supuesto, tienen su particular traslación en una región archipielágica como la nuestra, frontera sur de Europa. Pero alejada en casi 2.000 kilómetros de la capital del Reino. Y en unos 3.000 de nuestra otra 'capital', Bruselas. Respecto a la cual ya veremos qué acaban proyectando las urnas en los comicios europeos del próximo 9-J: luz o túnel.
Todo un complejo desaguisado internacional al que se añaden los ingredientes de las próximas elecciones estadounidenses; de la atroz destrucción de Gaza; o de los conflictos geoestratégicos que acontecen en el Pacífico asiático, o en las principales vías del comercio marítimo internacional. Inestabilidades mundiales que, desde fuera, aderezan con más pimienta (negra) si cabe los consabidos problemas estructurales de andar por casa, sin visos a corto plazo de soluciones definitivas.
Problemas que siguen situando a Canarias como región líder en un buen número de 'rankings' no precisamente positivos. Sobre todo, de atascos. En las carreteras. Pero también en listas de espera sanitarias, sociales y laborales. En proyectos de educación y formación. En planes de inversión. En propuestas medioambientales y energéticas. En dificultades hídricas. En involución de nuestros sectores primarios e industrial. En proyectos culturales, deportivos o de investigación científica y académica. Atascos. Y palos en las ruedas -para que también se acabe atascando, échenle mojo- a nuestro principal motor económico, el turismo.
Aunque más que atascos, de clara acepción negativa, ilusionantes desafíos en sí mismos. Prefiriendo la luchada, individual y colectiva, para pegarle una buena pardelera a todo ese 'material' atascado, que tener que llegar a asumir que esta sociedad occidental y sus valores tradicionales se van al garete por la radical polarización a la que determinados individuos y/o grupos están tratando de encaminarnos con sus discursos y posicionamientos agresivos. Porque de la polarización a la (gran) tragedia final solo media, por ejemplo, un simple intento de asesinato de cualquier presidente de gobierno. Como en el reciente caso de Eslovaquia. Miembro de la OTAN y de la Unión Europea.
A punto de orzuelo que estoy, con Putin amenazando con que «la ayuda militar a Ucrania por países de la UE, es un paso más para un grave conflicto en Europa». Con su socio, el bielorruso Lukashenko, abandonando el tratado que limita el uso de armas convencionales en Europa. O, aquí mismo, escuchando perplejo cómo en la casa en la que se supone reside la soberanía española, en lugar de concordia, consenso y respeto, sólo emanan gritos, gestos e insultos despectivos.
Nada como repasar la historia de lo acontecido no hace ni 100 años. En España, en Europa, en el mundo. Las guerras son siempre impensables e imposibles. Hasta que suena el primer disparo.
Por eso me aferro a movimientos como el de 'Defendemos Nuestros Valores', recién germinado en esa Alemania faro europeo que nada tiene que ver con la de aquel aberrante nazismo. Causante de la muerte de millones de personas, y del cual lamentablemente hay quienes aún hoy hacen apología. Al igual que hacen aquellos otros respecto a regímenes chavistas o comunistas. Regímenes todos ellos con un denominador común: el desprecio más absoluto respecto a la democrática separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Y el culto, bajo la política del miedo, a la presidencia autoritaria más narcisista. Como en la película «Amnistía, mentiras y cintas de vídeo».
Un 'Defendemos Nuestros Valores', alianza sin parangón de 30 grandes empresas alemanas que, en conjunto, vienen a representar a casi 2 millones de trabajadores. Organizaciones empresariales que, sin tapujos, abogan unidas ante sus empleados para que reflexionen muy seriamente sobre los peligros reales que supone el votar a opciones políticas populistas y radicales de uno y otro extremo. Máxime en un momento de altísima tensión -y especialmente agresividad- política. También en Alemania.
Una alianza empresarial germana que tiene muy presente su terrible pasado -algunas incluso copartícipes directas o indirectas de la barbarie nazi-, y que en absoluto desean que ni su país ni Europa vuelvan a oscurecerse por las lúgubres sombras que arrasaron Europa hace menos de un siglo. Un movimiento contundente que, por ejemplo, trata de evitar que reflexiones tan entendibles como la de la europeísta política italiana, Emma Bonino, se hagan realidad: «Europa puede desmoronarse en cualquier momento».
Y por eso también me aferro al recuerdo de las conocidas como W.R.E.N.S. (Women Royal Navy Service). Mujeres del Ejército Británico que, al inicio de la II Guerra Mundial, y dados los estragos que los submarinos nazis ocasionaban en el Atlántico a barcos de civiles o de mercancías, comenzaron a analizar y a estudiar, durante días, semanas y meses, todos los movimientos, posiciones y ataques que dichos submarinos efectuaban en el océano.
Hasta dar con la clave de sus movimientos gracias a sus sesudos análisis. Y de esa manera hacer entender a los marinos británicos, a través de simples juegos pintados en el suelo o en las paredes de sus salas de estudio, tanto el cómo evitar los ataques de los conocidos como U-boots. Como, a su vez, hundirlos. Y liberar así la ruta atlántica del hostigamiento nazi. Un trabajo de orfebrería militar que incluso acabó permitiendo el Desembarco de Normandía y el final de la II Guerra Mundial.
'Operation Raspberry', u 'Operación Pedorreta'. Procedente de la expresión anglosajona 'blowing a raspberry'. Literalmente, 'soplar una frambuesa'. Semánticamente, 'generar un sonido vulgar, irónico, burlón, despectivo, respecto a algo o respecto a alguien'. La sutil burla de unas valientes mujeres -aquellas WRENS- respecto a un dictador genocida que alcanzó los altares, aprovechando tanto la polarización social y política de su país, como el descontento de la sociedad alemana tras la severa crisis económica que asoló a Alemania y a Europa tras la I Guerra Mundial y el Crack del 29.
-«¡Anna, despierta, ya hemos llegado a casa!». Al abrir los ojos, Anna vio salir al ama de llaves que, en ausencia de la familia, había custodiado su hogar. Pero rápidamente comprendió que algo no iba bien. La ama de llaves, la entrañable señora Würtz, en lugar de abrazar a su madre, se quedó fríamente detenida ante ella, mirándola fijamente con ojos vidriosos, sin decir palabra alguna.
-«¿Otra vez?», preguntó, sin esperar realmente una respuesta, su madre a la señora Würtz. Y sin más, ambas mujeres se abrazaron en un llanto desconsolado. La radio acababa de anunciar el inicio de la II Guerra Mundial, tras la invasión de Polonia por el ejército nazi.
Con tal nitidez lo recuerda Anna. Residente en Canarias. Próxima a alcanzar los 91 años de edad. Con una salud y una mente envidiable. Durante una impagable conversación en la que acabas empequeñeciendo al sentir que es la mismísima Historia la que te está hablando sobre barbarie, dolor, búnkeres, bombardeos, tanques, destrucción, hambre, muerte, vida, liberación, esperanza.
Esa misma noble Historia que, ahora como nunca antes, está pidiendo a gritos, «en verdad que ha llegado el momento de defender nuestros valores. Y de comprar y soplar frambuesas».
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